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Ni en pesadilla

11 de febrero de 2017

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Un viejo amigo de New Jersey, también cubano, quien reside en Estados Unidos desde antes del triunfo de la Revolución, contaba que algunos admiradores de Donald Trump lo llegaron a comparar con el altruista John Hopkins, y admitían que la abstención fue su mejor aliada en el triunfo sobre Hillary Clinton en las recientes elecciones presidenciales norteamericanas.

En lo primero es difícil comparar a Trump, el candidato presidencial con más millones en el bolsillo –unos 10 000–, con Hopkins, un nombre que, según nuestro Apóstol, merece veneración y respeto.

Hopkins, muerto en 1874, testó 2 500 000 de dólares para la construcción en California de la universidad que, en muestra de gratitud natural, lleva su nombre, y otros 100 000 durante 30 años más.

A partir de ese momento, pudieron estudiar ahí, gratuitamente, muchos jóvenes huérfanos, por lo cual, expresó Martí: “Mr. Hopkins no ha muerto ciertamente”.

Se pueden contar con los dedos de una mano los millonarios que hayan realizado tales tipos de hechos sin sacar provecho, por lo cual, pienso que le queda mucho camino a Trump por andar,

En la cuestión de la abstención, es posible que ella haya ayudado al republicano, y quizás me base en una de sus frases que más que cínica, considero acertada, al observar a los millones de ciudadanos que manifestaron en las calles en repudio a sus políticas de exclusión: “¿Por qué esa gente no votó?”.

Y es que, como han dicho muchos de esos viajeros que vienen de visita a Cuba, no había mucho donde escoger, exteriorizando un gran rechazo a Clinton.

En cuanto a Trump tendría que hacer mucho para ganarse un calificativo de admiración, cuando, según las circunstancias, hace predominar lo práctico y se olvida de las amenazas de campaña.

Así, las invectivas contra el gobierno de Beijing, se acaban de concretar en un reconocimiento a una sola China –dejando a un lado su “admiración” por Taiwán–, no le echa la culpa a la nación asiática del descalabro económico que la política neoliberal causa en Estados Unidos, y admitió que no puede haber tirantez entre las dos principales economías del mundo, y más cuando el país más habitado del planeta es el principal socio comercial de EE.UU.

Todo es de acuerdo con la lupa por donde se mire, porque sucede lo contrario con México, al que acusa de causar graves pérdidas a la economía norteamericana, amenaza con eliminar el Tratado de Libre Comercio,al que también pertenece Canadá, o por lo menos reformarlo, para que no vayan tantos dólares a su vecino del Sur.

Pero Trump no le interesaconsiderar que además de querer extender hasta el final la valla que ya existe en la frontera común, amenazando con incrementar la política de expulsión de mexicanos, tal tratado ha hecho que empresas norteamericanas incidan en los principales renglones económicos mexicano.

Y es que los monopolios estadounidenses intensificaron y legalizaron su participación de los rubros energéticos de México, principalmente en lo que quedaba del orgullo petrolero; y cercenaron con subsidios la agricultura, donde dos millones de trabajadores rurales perdieron sus empleos,mientras aumentaban los precios de los alimentos principales de la población.

Además del enriquecimiento de las empresas extranjeras, también se beneficiaban los magnates mexicanos, en tanto la línea de la pobreza de la nación alcanzaba casi el 50%. O sea, los ricos se volvían más ricos y los pobres más pobres, algo usual donde predomina la fuerza económica del Imperio, sobretodo cuando son en naciones del Tercer Mundo.

Esa situación revela que no se puede establecer una política neoliberal en una nación que debe estar más asociada con sus iguales del Sur, en un plano integrador y no en convenios con los más poderosos, que lo esquilman.

Todo esto no lo menciona Trump, cuyo deseo, vamos a pensar sea sincero- de crear 25 millones de empleos y darle trabajo a tantos trabajadores abandonados en el nordeste industrial, es válido.

Perro por todo lo demás, y es mucho, no hay indicio alguno de que pueda ser tan altruista como lo fue John Hopkins. Ni en sueño, ni en pesadilla.

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