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Narcoimperio

23 de febrero de 2021

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Mientras que la agencia norteamericana para supuestamente combatir el narcotráfico (DEA) informaba que se elevó a 92% la entrada de la cocaína que llega a Estados Unidos proveniente de Colombia, el país suramericano solicitaba hipócritamente al gobierno norteamericano que atendiera “el grave problema interno que tiene de drogadicción”.

Todo sirve para ampliar la colaboración con las bases militares que Estados Unidos tiene en Colombia, valiéndose del narcotráfico para no sólo justificar invasiones “salvadoras”, sino para financiarlas y sacar gruesas ganancias.

O sea, a pesar de los enclaves, Colombia sigue produciendo grandes cantidades de drogas y Estados Unidos sigue consumiéndolas, porque tal “guerra” se ha convertido en un gran negocio al que EE.UU. no quiere poner freno.

Todavía, el Pentágono tiene tropas en Afganistán, y gran parte está dedicada a proteger los cultivos de amapola, que asegura la distribución a países de Europa. Es conocido que ataúdes que deberían contener cadáveres de soldados estadounidenses, eran rellenados con drogas, y ninguno era revisado.

Asimismo, hay pruebas gráficas de que soldados norteamericanos destacados en las bases que Estados Unidos tiene en Colombia, colaboran con latifundistas dedicados al sucio negocio.

Estantes de bibliotecas pudieran ser llenados con los tomos dedicados al papel de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en la utilización del narcotráfico para financiar guerras contra los pueblos en todos los continentes,

A pesar de que las distintas administraciones norteamericanas, al menos desde la década de los 70’, han estado enfrascadas en lo que denominan la ‘guerra contra las drogas’, fue a partir del ataque del 11 de septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas neoyorquinas y el Pentágono, en Washington, cuando se articuló terrorismo y narcotráfico. Casi 20 años después los resultados son una burla.

La razón estriba en la inoperancia en general de la red de instituciones y empresas que gravitan en torno a la lucha contra las drogas como, por ejemplo, las corporaciones de seguridad que operan en distintas partes del mundo.

Por otro lado, la industria carcelaria en Estados Unidos, cuya racionalidad mercantil se sustenta en la cantidad de presos que ingresan por asuntos relacionados con psicotrópicos, además de las contratistas militares, quienes tienen ya su nicho asegurado, y ni hablar de los bancos, como apunta este ejemplo de Antonio María Costa, el ex director de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito:

“En muchos casos, el dinero de las drogas era la única inversión de capital líquido. En la segunda mitad del 2008, la liquidez era el principal problema del sistema bancario, así que el capital líquido se convirtió en un factor importante. Los préstamos interbancarios se financiaban con dinero que se originaba en el narcotráfico y en otras actividades ilegales…  Hubo indicios de que algunos bancos fueron rescatados de esa manera”.

Pero todo este manejo escandaloso quedó impune, lo cual subraya que Estados Unidos sigue ejerciendo hipócritamente una influencia poderosa dentro de la lógica global de penalización del consumo de drogas, por lo cual mantiene una postura cada vez más inflexible, contradictoria y radical que le permite seguir defendiendo su modelo bélico alrededor del mundo.

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