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Nada regalado

20 de noviembre de 2013

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Mientras el presidente norteamericano, Barack Obama, llamaba a los congresistas republicanos a aprobar su proyecto de reforma migratoria antes de que termine este 2013, la mayoría opositora en Carolina del Sur -que juntos a otros estados ya había aprobado leyes de persecución a los indocumentados- ratificó su contratación solo para “limpiar las casas y atender los jardines”, porque sin ellos, ¿quiénes lo harían?
En cuanto al proyecto presidencial, la oposición republicana está dividida sobre el particular y algunos ya rechazan la negativa total de la extrema derecha, la mayoría agrupada en el Tea Party, debido a que le restaría el voto latino en futuras elecciones.
Siempre hay diferencias entre indocumentados provenientes del Norte desarrollado y los del Sur, generalmente tratados a patadas. En este contexto, los primeros tienen como símbolo a la denominada Estatua de la Libertad, que se erige en la isla de Ellis, Bahía de Nueva York,  por donde ingresaron a Estados Unidos 12 millones de emigrantes de Gran Bretaña, Italia, Alemania, Noruega, Suecia y Holanda entre 1892 y 1954.
Así como las olas migratorias europeas, las latinoamericanas se produjeron y se producen porque la economía de su país no las absorbe por múltiples cuestiones de desigualdad. Esa gente no va a Estados Unidos a parasitar, sino a trabajar, a establecerse y a tener una vida que implica muchas cosas a su alrededor. Sin dudas, la gran mayoría de los inmigrantes tienen casi los mismos objetivos: vivir en paz y mejor, y darle un buen futuro a sus hijos,  el famoso “Sueño Americano”.
Lo cierto es que en lo que respecta a los inmigrantes del Sur los problemas fueron creados intencionalmente, a fin de contar con un tipo específico de mano de obra de bajo costo, que se pudiera desechar y que no implicara gastos mayores como pago de seguros médicos, compensación por tiempo de servicio, etc., es decir, un trabajador que se le pueda explotar productivamente sin tener ningún riesgo legal. Recuerdo en 1958 la película Braceros, interpretada por el actor mexicano Ricardo Montalbán, que mostraba como los indocumentados de su país enfrentaban la muerte y perecían en tembladeras o a manos de inescrupulosos en su afán de cruzar la frontera hacia Estados Unidos.
Una década atrás, EE.UU. estableció un programa de trabajadores agrícolas que permitió la entrada de millones de “braceros” para ayudar a plantar, cultivar y cosechar algodón y otros productos en todo el país.
El programa concluyó en 1964 por ser considerado “una esclavitud legalizada”, luego de permitir en 22 años la entrada de unos cuatro  millones de trabajadores mexicanos, quienes, se asegura, convirtieron los campos agrícolas estadounidenses en “los más productivos del planeta”.
Hoy no son solo cuatro millones, sino 12 millones, el 40% de los cuales tenían algún tipo de visa, por lo que se ha tardado en dar una respuesta al problema.
Mucho se pudiera escribir sobre el particular, y seguro habrá ocasión para hacerlo, porque es muy difícil que los republicanos se opongan a una cuestión que puede dañarlos comicialmente, como apunté antes.
Además, la reforma migratoria de Obama no es nada  fácil para los indocumentados, que tendrán que hacer su esfuerzo para legalizarse, so pena de ser expulsados, como lo son varios miles cada mes.
En términos económicos, a los inmigrantes que cruzan a pie por la frontera o los que se quedaron viniendo por avión, no los diferencia nada de los que vinieron por barco a fines del siglo XIX y principios del XX, ni tampoco a las olas inmigratorias posteriores que llegaron al amparo de leyes diseñadas por una necesidad económica.
¿Qué los diferencia entonces? El encajar en el marco de la ley. De ahí que a quienes vinieron por la frontera sur –a excepción del caso de Cuba, motivado por el visceral odio político a la Revolución- se hace imperativo adecuar las leyes a la realidad y a las necesidades de la nación, y Obama lo sabe.

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