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Nada de populares, ¡caudillistas!

23 de agosto de 2013

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Nada de populares, ¡caudillistas!

Casi 38 años después de la desaparición física del dictador español, Francisco Franco, el gobernante Partido Popular hace revivir aquellos tiempos de represión, su accionar político conlleva récords de desempleo, caída de inversiones, emigración hacia otras naciones europeas y una corrupción galopante e impune que envuelve a las principales figuras, aunque seas otros los “chivos expiatorios”     Pienso que hay más servilismo que en plena época franquista, porque los “yes men” al servicio del Imperio chocan entre sí cuando emprenden la genuflexión al mismo tiempo.

Cierto, hay más “democracia”, que permite elecciones en las que el elector, cuando se decide a ser votante, emite castigo, no aquiescencia, como ha sucedido en las últimas décadas. En una parada de dos días en Madrid, tanto empleados del aeropuerto capitalino como gente de la calle, afirmaban que eran del Partido Socialista, pero iban a votar por el desconocido candidato del Popular, José María Aznar, porque estaban cansados de los 13 años sin hacer nada de  “Felipón” (Felipe González).

Así ha sido desde entonces, con la particularidad de que la llamada derecha democrática integrada en el Partido Popular, mantiene un doble discurso las veces que ha estado en el poder:

Por un lado, condena en voz baja los excesos de la dictadura, mientras por el otro se ha negado de forma sistemática a respaldar las numerosas medidas propuestas en el Parlamento para homenajear y beneficiar a los reprimidos por aquel régimen.

Incluso se oponen activamente a “abrir de nuevo las cicatrices de la historia”,  han mostrado malestar tanto por la decisión de quitar las esculturas de Franco de las calles y plazas públicas, como por apoyar públicamente la exhumación de fosas comunes.

Incluso un miembro de este partido, en su calidad de presidente de Melilla, autorizó la colocación de una estatua del dictador en una céntrica calle de la ciudad.

Armando G. Tejeda, en el diario mexicano Diario La Jornada, recordó que el anuncio del fallecimiento de Franco, “ese hombre bajito, regordete y con voz de niño malcriado que dejó a su paso una estela de asesinatos, represión y sangre”, sacudió a todos los españoles de dentro y de fuera del país, incluidos los centenares de miles de exiliados que estuvieron durante 40 años a la espera de la muerte o caída del dictador que les expulsó de su tierra.

Pero las llamadas “Dos Españas” se manifestaron con nitidez : para sus partidarios se había ido “el Caudillo”, “el más grande de España”, “el general que evitó que el país cayera en las garras del comunismo y la masonería”; mientras para la otra mitad, la de sus detractores, había muerto finalmente “el tirano”, “el dictador fascista más cruel de Europa”, “el responsable de la muerte, la represión y la diáspora de millones de españoles”, “el general que dos meses antes de morir firmó sus cinco últimas ejecuciones sumarias”.

TRISTE REFERENTE  

Francisco Franco se convirtió en el referente de la sublevación militar que derivó en el estallido de la Guerra Civil (1936-1939), al asumir el mando de las llamadas “fuerzas nacionales”, las defensoras de la ideología fascista, para derrocar al régimen de la II República española, de Manuel Azaña.

Después de tres años de guerra sangrienta, las huestes franquistas se hicieron con el poder e instauraron un régimen dictatorial y fascista con la connivencia y colaboración de la Iglesia Católica, en el interior, y de las grandes potencias occidentales, en el exterior, incluida Estados Unidos. Las cuatro décadas de dictadura representan uno de los periodos “más negros” en la historia España: se suprimieron de inmediato las libertades más esenciales, como las de expresión, de participación política y de movimiento; se marginó aún más a las mujeres; se persiguió activamente a los “rojos” (comunistas, republicanos, anarquistas o simples opositores al régimen), a los sospechosos de formar parte de la masonería y hasta a los homosexuales y ateos. Era un país que penalizaba con condenas de cárcel la práctica de la homosexualidad, el uso de los anticonceptivos, el adulterio y el  amancebamiento o amasiato o concubinato (parejas que no se casan).

Pero, sin dudas, la principal razón para sufrir en carne propia la dureza del régimen era por cuestiones políticas, para lo que el dictador tejió una sofisticada red de centros clandestinos de represión y encarcelamiento, donde eran habituales los siniestros “paseos”, que se hacían al alba y de los que nadie regresaba. Miles fueron asesinados y la mayoría enterrados en fosas comunes, diseminadas hasta la fecha en todo el territorio español, donde se calcula que hay restos de más de 30 000 personas todavía sin exhumar.

El historiador español José Álvarez Junco sostiene en su libro Mater dolorosa: “la política nacionalizadora de los vencedores no se fundó en la integración, sino en la represión y el adoctrinamiento coactivo; la nacionalización española que el franquismo quiso imponer era tan agresiva como grosera; en ningún momento el franquismo pretendió difundir una idea realmente nueva de España que pudiera atraer a una parte importante de los vencidos en la Guerra Civil”. Pese a manifestaciones y enfrentamientos del pueblo contra las políticas de los “populares”, ese espíritu mezquino sigue prevaleciendo, y el Partido Popular, que desgobierna España, es su principal representante.

 

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