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Naciones Unidas: ¿última oportunidad?

25 de septiembre de 2020

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Tal vez por efectuarse en circunstancias extraordinarias en medio del terrible contexto de la COVID-19 que la obligaron a adoptar el método virtual o por la propia realidad dramática de la complicada situación internacional, plena de tensiones, sanciones, agresiones y guerras, el hecho cierto es que el 75 período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas recién comenzado ha tenido notable repercusión mundial, en especial las intervenciones de los jefes de Estados en sus momentos iníciales.

No son pocos los observadores que consideran a la ONU atravesando su etapa de mayores y más numerosos peligros, tanto en lo que respecta a su influencia y autoridad como a su propia existencia material y disponibilidad de recursos.

Aunque viene sufriendo una evidente declinación de ambos elementos –agudizada desde el momento mismo en que Bush hijo lanzó la guerra de agresión contra Irak pasando por encima del Consejo de Seguridad, seguida por la destrucción de Libia por parte de la OTAN con la anuencia de dicho Consejo en este caso–, no cabe duda de que la organización mundial y sus agencias especializadas se mantienen hoy como el último refugio vigente del multilateralismo y la legalidad internacional sostenidas por la Carta de Naciones Unidas, que al menos teóricamente sigue siendo un amparo legítimo y unánimemente aceptado por los 193 países que la forman.

Al actual secretario general, el ex primer ministro portugués Antonio Guterres, le ha tocado la difícil y angustiosa tarea de poder conducir a las Naciones Unidas en medio de mares encrispados y tormentosos, intentando hacerlo sin abandonar sus principios esenciales y a la vez moverse hábilmente y ganar apoyos frente a quienes se han propuesto desacreditar primero y destruir después a la organización mundial.

El régimen de Trump en Estados Unidos encabeza hoy a los enemigos de la ONU y no se oculta para proclamarlo. Una reelección de Trump acrecentaría estos peligros y añadiría nuevas incertidumbres acerca del futuro y del papel que debería jugar en la solución de los problemas mundiales.

Por otra parte, debe encarar ya seriamente su reforma y democratización como algo que, lejos de debilitarla la fortalecería y ampliaría sus bases de apoyo, especialmente de los países en vías de desarrollo que componen la amplia mayoría de su Asamblea General.

En momentos tan difíciles, en que la hegemonía imperialista pretende imponerse a toda costa sin respetar la ley internacional, haciendo trizas a la Carta fundacional y a todos los acuerdos y resoluciones previos alcanzados en aras de la paz y la cooperación, llega para la ONU esta oportunidad, que pudiera ser la última.

Ojalá, con firmeza e inteligencia, sea aprovechada.

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