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Monsanto sigue impune

5 de junio de 2013

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Hace algunos años fui testigo del mal causado por Monsanto y otras empresas estadounidenses al pueblo de Vietnam. Hoy la transnacional sigue haciendo de las suyas con alimentos transgénicos sospechosos de dañar la salud, sin que la protesta en 52 países ponga en peligro su impunidad, a pesar de augurios optimistas de que tenga sus días contados.
Como muchos lectores recordarán, Monsanto fue la principal productora del Agente Naranja, utilizado en la década del ’60 como defoliante por el ejército estadounidense en la agresión a Vietnam, que causó unas cinco millones de víctimas y cuyas consecuencias perduran.
En 1984, se acordó que Monsanto y seis compañías norteamericanas químicas más (Down Chemical, Uniroyal, Hercules, Diamond Shamrock, Thompson Chemical y TH) pagasen 180 millones de dólares a 291 000 norteamericanos durante un periodo de 12 años, pero nada para las víctimas vietnamitas, cuyo número sigue ascendiendo con los niños afectados de la tercera generación, más de 35 años después de acabada la guerra.       Hoy también es Monsanto la principal cabeza visible y culpable de la fabricación de productos genéticamente modificados, de tal manera que la página digital de Russia Today indicó la posibilidad de que la transnacional y otras similares puedan llegar a su fin, a pesar de los esfuerzos de varios gobiernos occidentales para protegerlas.
También la revista Soberanía Alimentaria apunta que la crisis capitalista está colapsando el sistema, lo cual hace que “Monsanto y otras empresas perecerán literalmente”, y las califica de “instrumentos al servicio de los grandes capitales financieros, que, hambreando al planeta, ingieren grandes sumas de dinero para engordar sus cuentas corrientes”.
Pero Monsanto sigue haciendo de las suyas, como cuando arrebató y posteriormente contaminó tierras paraguayas sin que el anterior gobierno golpista hiciera  algo al respecto, como ningún otro en las naciones donde poco importa las protestas campesinas y la campaña que entidades progresistas se encuentran desarrollando para detener el cultivo y producción de alimentos transgénicos sin cumplir requisitos que pudieran impedirle causar daños por utilizar  fertilizantes de fuerte acción química.
Continúa fabricando herbicidas, como el Roundup, que utiliza como arma química en Colombia, con la excusa de la lucha contra la droga. Como el Agente Naranja, está acusado de producir linfomas a bajas dosis. Desde los años 30 ha contaminado hasta el Polo con los bifenilos policlorados (PCBs), cancerígenos, que alteran el sistema endocrino y los  neurológicos e inmunológicos. Son tóxicos persistentes que se prohibieron (en los 70), cuando ya era demasiado tarde y se siguen acumulando en las cadenas alimenticias.
Fabrica hormonas de síntesis adictivas para las vacas que pasan a la leche, con lo cual favorecen el cáncer en las personas. Y, por supuesto, también elabora medicamentos con los mismos criterios. Monsanto se ha asociado y ha absorbido a algunas de las empresas farmacéuticas más lucrativas. Por ejemplo Pharmacia, Searle, American Home Products, las cuales son también compañías de dudosa reputación, acusadas y procesadas por actividades delictivas y criminales, pero no castigadas                   En 1985, compró Searle, fabricante de la primera hormona y del aspartamo, un edulcorante adictivo y neurotóxico.
El aspartamo fue vendido bajo los nombres comerciales de Nutrasweet y Equal y se ocultó bajo la denominación de E 951 o, en el caso de algunos industriales (como Coca Cola), bajo la equívoca denominación de “contiene una fuente de fenilalanina”. que forma el 50% del aspartamo.
La ambientalista india Vandana Shiva, radicada en Nueva Delhi,  sostiene que las compañías que desarrollan transgénicos han acumulado un desastre tras otro.
“Con esta nueva forma de biopiratería, la industria biotecnológica se muestra como la salvadora y lleva a los gobiernos y el público a creer que, de no ser por ellas, no habrá semillas resistentes”, al cambio climático, dijo, y nombró a las empresas norteamericanas Monsanto y Dupont, la alemana BASF Bayer y la suiza Syngenta como líderes en el juego de monopolizar los genes que permiten a los cultivos soportar efectos del cambio climático, como inundaciones, sequías, invasiones de agua salada, calor y radiaciones ultravioletas más fuertes.
El problema es que multimillonarios beneficios para esos monopolios se anteponen a consideraciones humanitarias o medioambientales. La cuestión de fondo es: ¿hasta qué punto consorcios empresariales pueden dictar sus leyes y ser dueñas absolutas de sectores estratégicos de la economía como la alimentación?
Y es que el predominante modelo globalizado y desregularizado  hace muy difícil el castigo y fácil la impunidad de Monsanto y otras empresas de transgénicos, siempre en detrimento de los pueblos.

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