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Monedas en conflicto

18 de febrero de 2015

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Hace exactamente un año comentamos en este sitio como China rechazaba las presiones de Estados Unidos para que devaluara su
moneda, el yuan, y señalaba que la flotabilidad del dólar y la erosiva
política monetaria norteamericana mantenía al mundo en una permanente guerra entre las divisas.
Muchos analistas económicos, incluso el renombrado sionista húngaro George Soros, presagiaban la debacle de la moneda norteamericana, por la alta improductividad de la todavía primera potencia económica del mundo, al instalar sus fábricas en otros territorios más rentables y volcarse profundamente en la producción bélica, su principal sostén.
Doce meses después, Estados Unidos ha aprovechado la guerra
económica que lleva contra los países petroleros que considera sus enemigos, Venezuela, Rusia e Irán, para fortalecer su moneda y las fusiones económicas que le son propicias.
De todas maneras no creo que sea duradero que este año no vuelvan a subir los precios del petróleo, debido a que la inmensa mayoría de las empresas al respecto, incluso dentro de Estados Unidos, requieren de un precio mínimo relativamente alto para ser rentables, independientemente del tamaño que tengan.
En consecuencia, en el sistema monetario moderno, en que el dólar funciona en reemplazo del oro como dinero mundial, surge una contradicción insalvable. Es que, por un lado, puede haber una expansión indefinida de la emisión, debido a que el dólar es moneda nacional, emitida por la Reserva Federal (FED, por su sigla en inglés), atendiendo a las necesidades de la economía norteamericana, y no hay autoridad mundial hasta ahora que pueda impedir esto.
Pero, por otro lado, el dólar es atesorado por los países que tienen superávit, como si fuera dinero mundial, cuando en realidad no lo es. Y para que cumpla esta función, no puede ser emitido como lo está haciendo la FED. Es que a medida que aumenta la emisión, los países que tienen enormes masas de dólares atesorados (o bajo la forma de títulos de EE.UU.), ven desvalorizadas sus tenencias.
Por eso también, a medida que baja el valor del dólar, EE.UU. licua su deuda y mejora su posición inversora neta, a costa de China, Japón y otros países acreedores.
Es por este motivo que el director general del Ministerio de Finanzas internacionales de China, Zheng Xiaosong, acusó a Estados Unidos de estar ignorando sus responsabilidades internacionales: “Los emisores de la principal moneda de reserva, al tiempo que implementan sus políticas monetarias, deberían tomar en cuenta no solo sus circunstancias nacionales, sino los posibles impactos en la economía global”.
Independientemente de lo que suceda, Estados Unidos aun tiene las de ganar, porque la rápida apreciación de la moneda china provocaría que muchas de las deudas de EE.UU. nominadas en dólares que tiene el país, se evaporen y promuevan una redistribución de riqueza entre deudor y acreedor.
No es fácil explicar en un simple trabajo cuál sería la solución de este problema, pero en los últimos tiempos varias naciones emergentes e incluso aliadas de Estados Unidos, como Japón, han utilizado sus monedas en el intercambio bilateral, mientras, a pesar de los buenos augurios del presidente Barack Obama, la FED sigue protegiendo a los bancos y, por supuesto, premiando a los banqueros causantes de la crisis, con nuevas inyecciones de dinero para alejarse del abismo de la deflación.
Y es porque lo que sobrevuela en Washington, y a nivel mundial, es el temor de que la economía estadounidense se deslice por la pendiente de la caída de los precios, que podría desatar una espiral recesiva, de consecuencias imprevisibles.
Es que a medida que caen los precios (y salarios), aumenta la preferencia por mantener la líquidez, lo cual agrava la caída de la demanda y da nuevo impulso a la baja de precios (y salarios). Es algo tan serio como el conflicto entre el dólar y el yuan o cualquier otra moneda de las que predominan en el mundo.

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