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Moderna torre de Babel

4 de octubre de 2016

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Cual moderna torre de Babel se desarrolla por estos días en Nueva York el 71 período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU), una organización cada vez más amplia y nutrida si se le compara con los 47 miembros fundadores que la hicieron nacer en la histórica Conferencia de San Francisco en 1945; surgida como secuela de la Segunda Guerra Mundial y donde no pocos cifraron esperanzas de un nuevo orden mundial, más justo y pacífico, que evitara la reaparición de condiciones semejantes a las que propiciaron dos terribles contiendas mundiales en la primera mitad del siglo XX.

No hubo que esperar mucho tiempo para llegar a la conclusión de que tales esperanzas iban resultando baldías o, al menos, de muy imposible cumplimiento. La propia estructura y métodos adoptados por la nueva organización y, sobre todo, la integración de un todopoderoso Consejo de Seguridad poseedor de poderes absolutos –con una antidemocrática forma de votación–, excluye en la práctica al resto de los países miembros de las decisiones más importantes y cruciales.

Como se ha señalado reiteradamente, la Asamblea General donde todos se encuentran representados se convierte en un escenario retórico sin poder real y sus resoluciones, al no ser vinculantes, pierden fuerza y efectividad y no son respetadas por las llamadas “grandes potencias”, en especial por los Estados Unidos de América, que sigue aspirando al unipolarismo y al dictado imperial sobre el planeta.

Un claro ejemplo es la resolución de la Asamblea General condenando el injusto, ilegítimo y criminal bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Washington contra Cuba, que ha sido aprobado abrumadoramente por la Asamblea en 24 períodos consecutivos y sus patrocinadores aún se resisten a levantar, basándose en una mayoría congresional que en este caso es capaz de oponerse irracionalmente a un verdadero clamor mundial.

No es menos cierto que, a través de sus agencias especializadas y otros órganos, Naciones Unidas ha logrado en diferentes esferas dar pasos de avance en beneficio de la comunidad internacional, en particular de países pobres y capas sociales vulnerables. Ellos han posibilitado siquiera algún alivio en medio de situaciones dramáticas.

El actual período de sesiones de la Asamblea General no ha sido calificado casualmente como torre de Babel, pues a algunos recuerda la frustración reflejada en aquel episodio de la Antigüedad, donde la diversidad de idiomas impidíó la culminación de la magna obra.

En esta ocasión, se hizo evidente la dificultad de avanzar hacia ese orden mundial más justo y equitativo que la ONU proclamó en su fundación, pues la propia estructura de la organización –concebida para otro mundo y otros tiempos–, impide que prevalezcan muchas de las ideas y conceptos aportados por los nuevos estados emergentes y del Tercer Mundo, constituidos hoy en aplastante mayoría.

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