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Matando de sed

9 de julio de 2018

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Israel ha vuelto a utilizar el recurso del agua para seguir asesinando a palestinos y hacer sufrir a los sobrevivientes para obligarles a abandonar la Franja de Gaza, escenario de continuadas masacres del régimen sionista.

Si el propio Israel ha desatado guerras, con el apoyo imperial, para controlar recursos hídricos en el Medio Orante, este accionar militar se ha trasladado a diversas partes del mundo, incluida Latinoamérica.

Bases estadounidenses en Colombia, Paraguay y Perú, entre otras, están instaladas cerca de los más grandes yacimientos acuíferos, lo que de por sí ya es una señal de alarma.

El cambio climático agrava los fenómenos naturales, incluso en las más modernas ciudades.

Y es que, independientemente de las más recientes lluvias torrenciales y huracanes potentes, la Tierra se agrieta.

La sequía castiga al Norte opulento y atormenta a los pobres de la India, México, Jordania o Etiopía. Europa refleja su preocupación. “Francia tiene sed”, tituló Le Figaró no hace mucho. Alemania perdió hace dos años el 80% de sus plantaciones. España protesta por los cortes energéticos. La Unión Europea admite la pérdida de 5 700 millones de dólares por las cosechas malogradas y porque con el Danubio, el Rin y el Elba semisecos, ya que no se puede transportar mercadería.

Porque a pesar de presentarse un año lluvioso, predomina lo seco, por lo cual el agua es un bien tan precioso que ha pasado necesariamente a ser objeto de controversia política.

Hay quienes pugnan lógica y humanamente para que se lo considere un bien social, un patrimonio de todos. En cambio otros, egoístas e inescrupulosos, defienden que sea privado. Es que para la ley del mercado nada puede haber más atractivo ni codiciado que un recurso imprescindible y escaso como el agua.

En esa tensión, nació una frase que despierta temor. “Las guerras del siglo XXI serán por el agua”, dijo Ismael Serageldin, ex directivo de la Sociedad Mundial del Agua, una alianza de corporaciones internacionales dedicadas a ese negocio y a impulsar la privatización del servicio público del agua en distintos países. Serageldin fue también ex vicepresidente del Banco Mundial, otra entidad muy vinculada a la privatización del agua, con prácticas, a veces, non sanctas, como pasó con Aguas Argentinas.

No bien empezado el siglo XXI, el temor creció y se hizo claro: si la ONU profetiza que en el 2025 la demanda de agua potable será el 56% más que el suministro, quienes tengan esos recursos podrían ser blanco de un saqueo forzado.

En ese contexto, de todos los escenarios posibles, los especialistas eligen dos. Uno, la apropiación territorial a través de compras de tierras con recursos naturales o a futuro, y en la peor de las circunstancias no se descarta una invasión militar (¿Apuntaría a eso la frase de Serageldin?)

Esta hipótesis traza un paralelo con la más reciente agresión a Iraq y la actual apropiación de las grandes petroleras estadounidenses de la riqueza iraquí. El escritor Norman Mailer agregó algo más: “La administración de George W. Bush no fue sólo a Iraq por su petróleo sino por el Éufrates y el Tigris, dos ríos caudalosos en una de las zonas más áridas del planeta”. Obama ni ahora Trump desentonan con lo anterior.

El segundo escenario ya está en marcha: es la privatización del agua. En los últimos 10 años las grandes corporaciones, llamadas también los “barones del agua”, han pasado a controlarla en gran parte del mundo y se calcula que, en 15 años, unas pocas empresas privadas tendrán el control monopólico de casi el 75% de ese recurso vital para todos.

La supuesta escasez de agua dulce es el principio rector de ese gran negocio: represas, canales de irrigación, tecnologías de purificación y de desalinización, sistemas de alcantarillado y tratamientos de aguas residuales y ciertamente, según los datos del Instituto Polaris de Canadá, el embotellamiento del agua, un negocio que supera en ganancias a la industria farmacéutica.

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