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Males que también hay que «fumigar»

25 de agosto de 2022

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Estaba parado en la acera frente a la casa. Eran 45 minutos los que debía esperar antes de subir, pues acababan de fumigar.

Pensé que todos, o al menos la gran mayoría, estuviésemos conscientes de la importancia de esa acción, en medio de un dengue que crece en contagios y se propaga como hierba mala.

Sin embargo, unos vecinos del edificio —aunque avisados de que el miércoles se fumigaría—, a la hora de la verdad nadie abrió la puerta cuando el insistente trabajador de la salud, la tocó y volvió a tocar.

Acción parecida la de otro vecino que habló con los fumigadores para explicarle que «en su casa no se fumigaría».

Seguía en mi pedazo de acera cuando un hombre, con varias jabas llenas de cartones de huevos, proclamaba —no en alta voz—, «hay huevos».

Una vecina que también esperaba los 45 minutos luego de la fumigación de su vivienda, preguntó al vendedor por el precio: «900 pesos, exclamó», y, ante el «abusador» salido como grito de impotencia de aquella anciana, el citado vendedor apresuró el paso y salió del área hasta donde llegaban nuestras miradas atónitas.

Cuando llevaba 32 minutos de «guardia» y, según mi cuenta regresiva me faltaban 13 para subir a la casa, dos muchachas, también llenas de jabas —y de energías—, anunciaban lo que nunca esperé se vendiera por las calles: «Tengo aceite», exclamaban. Estaba dispuesto a preguntar su precio pero esperé que otro vecino lo hiciera, pero ninguno lo hizo. Sin embargo una señora, víctima de tales abusos, manifestaba su indignación porque se vendiera en la calle aceite a no menos de 500 pesos el litro.

Entonces, entre quienes esperábamos los 45 minutos post fumigación, las preguntas generalizadas eran: ¿De dónde sacarán esa cantidad de cartones de huevos? ¿Quién o quiénes le podrán ese precio?  ¿Cómo pueden vender tanto aceite si su compra en las tiendas está limitado a dos botellas cada 15 días? ¿Dónde están los inspectores que parece no ven todo el abuso y la ilegalidad que se comete, principalmente con quienes están más desprotegidos por ser jubilados o por ganar un salario que no hay forma de estirarlo para que alcance?

Con razón, con parte de ella y hasta sin ella, lo real y no maravilloso, es que en los últimos años —pandemia, medidas económicas contra nuestro país, y otras— han contribuido a que florezcan las espinas que parecían arrancadas de cuajo, y sin embargo hoy florecen en el abusador que se propone explotar a quien le compra, el que ha hecho del robo una especie de profesión que practica lo mismo cuando le quita al consumidor una onza del arroz que le pertenece por la cuota, que cuando tras una tarima en un agro hace gala de sus altos precios y, además, cuando llegas a la casa y pesas la vianda que compraste, le faltan varias onzas y hasta media libra, que la mayoría de las personas no van  a reclamar porque lo consideran «perder el tiempo».

Avaricia, egoísmo, indisciplina e ilegalidad, no pueden convertirse en lo que predomine en una sociedad caracterizada por su apego solidario, su humanismo y sobre todo por su amor entre unos y otros.

Esos males hay que arrancarlos de raíz y para ello, además de la consciencia ciudadana, se impone un papel más activo de las autoridades y los inspectores, tan necesarios cuando somos víctimas de abusos y robos, y tan ausentes en estas realidades cotidianas, que por su carácter nocivo, tenemos que extirpar antes de que se convierta en metástasis.

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