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Malas cabezas

27 de mayo de 2020

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No importa que el premier Benjamín Netanyahu sea absuelto o no por las tres causas de corrupción que se le siguen en Israel: el complot antipalestino con la Casa Blanca seguirá su curso en manos de cualquier reemplazante, si lo hubiera.

Las que pudieran haber sido esperanzas por un acuerdo que pusiera fin al conflicto y se aceptara la instauración de dos estados, como salida no realmente justa, a un evento manejado por el imperialismo, ha tenido un lógico abrupto final, cuando el presidente norteamericano, Donald Trump, de acuerdo con los sionistas israelíes, propusieron un denominado Plan de Paz del Siglo para que Cisjordania  pasara totalmente a Tel Aviva y, con el apoyo de grupos reaccionarios árabes, llevar a los palestinos hoy acosados a tierras inhóspitas.

Esta vez, el gobierno de Mahmoud Abbas, que siempre ha tratado de evitar posiciones extremas, asumió dignamente la ruptura de cualquier tipo de acuerdo y conversaciones con Estados Unidos e Israel.

Todo ello tiene curso en medio de la pandemia de coronavirus que ha llegado a tierras palestinas, sin que hubiera preparación alguna para detenerla, aunque hasta ahora no hay una debacle total, tal como está comenzando a suceder en las también olvidadas tierras africanas.

Incluso, tropas israelíes volvieron a penetrar en la Franja de Gaza y demolieron varias casas, en la acostumbrada represalia por un supuesto ataque con dos cohetes contra Israel, en un alarde de fuerza contra un pueblo virtualmente abandonado por la comunidad internacional.

Un millón y medio de personas se encuentran encerradas en un territorio de 365 kilómetros cuadrados, confinados entre muros. Se ha convertido en la mayor prisión del mundo a cielo abierto, un enorme campo de concentración o un campo de prisioneros. Los ataques por tierra, mar y aire, no discriminan los objetivos militares de los civiles. Todos los palestinos son considerados combatientes o terroristas. Los niños también. Cientos de niños palestinos son detenidos cada año.

El poeta egipcio Mamad Daréis escribió que el conflicto israelí-palestino “se libra sobre todo en la memoria. Unos quieren borrar y otros que no se olvide. Es una batalla que se multiplica en las palabras, el campo en el que se define la realidad. Si Israel termina con la ocupación, la mayor parte de la violencia e inseguridad desaparecerá de la zona. ¿En qué te conviertes cuando disparas a alguien desarmado y que no supone una amenaza? No eres valiente, no eres un héroe. Te has convertido en un canalla”.

En este contexto, recordemos que hace unos años, en los instantes que la Presidencia del Grupo de los 77 más China era asumido por Palestina, como una importante prueba del reconocimiento internacional, Israel bombardeaba inmisericorde e indiscriminadamente un poblado de la Franja de Gaza, bajo el pretexto de que desde el lugar el grupo Hamás había disparado dos misiles caseros contra territorio israelí, mientras la organización alegaba que elementos sionistas eran los responsables del auto atentado, como de tantos otros,

De una forma u otra, Israel ha ido eliminado físicamente a los palestinos, quienes se aferran a una justa lucha por recuperar el suelo patrio, ocupado por el sionismo desde 1948, amparado por el colonialismo primero y el neocolonialismo después, bajo la sombrilla del imperialismo norteamericano, el principal socio y garante de los ocupantes.

Mientras la hipocresía desborda y oculta el cántaro de la honestidad, con la voz cantante de los aliados europeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, Estados Unidos vuelve a reiterar que está inmerso en la “solución” de lo que llama diferendo israelí-palestino, subrayando su plan de crear un Estado tapón en suelo árido para hacinar a todos los palestinos de Cisjordania y Gaza, con el apoyo egipcio y de Arabia Saudita, y “santificar” el resto, con los ilegales asentamientos incluidos, en un nuevo y más fértil Israel, con la totalidad de Jerusalén como su capital.

Pero ni con este leonino tratado, la actual dirigencia sionista quiere conversar, y prosigue su política de agresión, que se ha extendido a las marchas de los viernes, todo un símbolo para reclamar el regreso de los refugiados, tras las matanzas perpetradas contra los palestinos que protestan contra el traslado de la embajada de EE.UU. a Jerusalén.

Hoy en Israel, Netanyahu puede dejar de ser primer ministro, pero su sucesor seguirá bailando en la cuerda tendida por Trump para acabar de ahorcar la causa palestina, amenazada como siempre por las malas cabezas.

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