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Machacando a Nepal

22 de septiembre de 2015

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Realmente no es noticia ni se esperaba algo alentador: El nuevo Fondo Fiduciario para el Alivio y Contención de Catástrofes del Fondo Monetario Internacional reiteró que no reducirá la deuda nepalesa de 3 800 millones de dólares, porque el país “no cumple los criterios del Fondo”.
Pero no solo esto: tampoco hará gestión alguna para que Nepal, uno de los países de menor desarrollo del mundo, consiga unos
6 700 millones para la siguiente fase de rehabilitación y reconstrucción de su infraestructura y sus servicios destruidos por un reciente terremoto.
No nos debemos extrañar por este acto de crueldad de entes grandiosos a escala mundial, como el FMI, que no protegen a los cientos de millones de ciudadanos que están aplastados por las deudas, ni a los estados que se endeudaron al socializar las pérdidas de los grandes bancos e instituciones financieras privadas.
En esencial desafío a la lógica económica tradicional, esos elementos declaran que a ningún deudor se le debe permitir la mora, porque está obligado a pagar. Así ha pasado con el reciente caso griego.
El sismo, uno de los más potentes en la historia nepalesa, afecto a cerca de nueve millones de los 30 millones de habitantes del país, además de destruir la capital y otras ciudades, debido en gran parte a la baja calidad de la infraestructura.
Lo peor es que la carencia de ayuda ha obligado a los damnificados a reconstruir edificaciones con barro y otros elementos de baja calidad, que crea amenaza de desplome ante cualquier movimiento telúrico, por muy poco intenso que sea.
Parte de la todavía escasa ayuda humanitaria no ha podido distribuirse, por lo que unas dos millones 200 000 personas están sin techo y más de un millón de niños se han quedado sin aulas.
La distribución de ayuda no es pareja, debido a la existencia de un sistema de castas muy arraigado en Nepal, que se expresa en violaciones de los derechos humanos de las castas consideradas inferiores, como los dalits o intocables.
Esa inequidad debe abordarse en el actual proyecto de Constitución que analiza la Asamblea Constituyente Nepalesa, en el que algunos textos presentados son netamente reaccionarios, al no contemplar los derechos de las mujeres y las minorías y la libertad de prensa.
Lo más preocupante es que las actuales autoridades pretenden seguir adelante con esa constitución, y dicen que todo se resolverá “con el correr de los años”.
Hay que tener en cuenta que las actuales autoridades mantienen un sistema de gobierno en el que se excluyen a las fuerzas de oposición que mantuvieron una potente guerrilla durante diez años (1996-2006), e incluso, tras un acuerdo de paz, lograron asumir el poder mediante elecciones generales.
No obstante, la burguesía nepalesa logró destruir en ocho meses la etapa de la ilusión democrática e hizo renunciar al revolucionario primer ministro Prachenda.
Burguesía que se mostró hábil en hacer caer en trampas a la mayoría parlamentaria que tenía el Partido Comunista Nepalés (Maoísta), pues tanto la anterior Constitución como el juego de poderes estaba plagado de vacíos interpretativos en los que no pocas veces encalló el gobierno presidido por el líder maoísta.
El principal logro de esa etapa, la derogación de la monarquía y la proclamación de la República Democrática Federal, se presentó como un triunfo parcial sobre el feudalismo, al mantenerse en sus puestos la cúpula militar reaccionaria.
La cuestión militar, la que según los Acuerdos de Paz se resolvería integrando los dos ejércitos, no se ha aplicado, y lo peor es que el guerrillero entregó sus armas, dejando el camino expedito a una burguesía que se ha opuesto a perder la hegemonía de su guardia pretoriana, consciente del peligro que representa el carácter abiertamente de clase del Ejército Popular de Liberación.
Es decir, una tragedia politica y social perenne, agravada por el terremoto, cuyas secuelas permanecen abiertas por la desidia imperial que machaca a los pueblos como Nepal.

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