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Los miserables

24 de julio de 2014

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De las muy poquitas cosas que el presidente norteamericano, Barack Obama, ha podido conseguir en sus casi dos mandatos en Estados Unidos quizás lo más aceptable es el de haber elevado algo los impuestos a las ganancias de quienes más tienen.

Ello, por supuesto ha disgustado a los encartados, quienes alegan que han sido muy golpeados por la más reciente crisis económica, iniciada en el 2009, y que no se sabe cuándo van a terminar sus secuelas.

Los dueños de grandes fortunas en el mundo se sienten víctimas, y echan la responsabilidad a los gobiernos, independientemente de su color político, porque se mostraron incapaces de actuar a tiempo, dejando crecer la burbuja especulativa y financiera, por lo que les toca “manejar con mano de hierro”.

La tarea: salvar al capitalismo de su colapso, para lo cual se toman medidas de austeridad que siguen el mismo patrón de rebajar los salarios, congelar las pensiones, abaratar el despido, subir el impuesto al valor agregado y reducir las inversiones públicas en salud, educación y vivienda.

Señala Marcos Rothman en la versión digital de La Jornada, de México, que se busca reducir el déficit fiscal, olvidando que su origen, entre otras cosas, está motivado por “la aportación de miles de millones de euros o dólares al erario público, destinados a salvar la banca privada”.

Bajo la presidencia de Obama, el 1% más rico acumuló el 95% del crecimiento total posterior a la crisis desde el 2009, mientras que el 90 % más pobre de la población se ha empobrecido aún más.

Esta masiva concentración de los recursos económicos en manos de unos pocos supone una gran amenaza para los sistemas políticos y económicos.

El poder económico y político está separando cada vez más a las personas, en lugar de hacer que avancen juntas, de modo que es inevitable que se intensifiquen las tensiones sociales y aumente el riesgo de ruptura social.

Los sondeos de Oxfam en todo el mundo reflejan que la mayoría de la población cree que las leyes y normativas actuales están concebidas para beneficiar a los ricos.

Y es que en los últimos 25 años, el 53% de la riqueza generada en el mundo ha ido a parar al 1% más rico de la población. Ello ha ensanchado la brecha entre ese grupo y los casi 2 000 millones de personas que viven en los 60 países más pobres del globo.

EL PODER DEL CAPITAL

Es decir, todos los adelantos de la civilización, todo aumento de las fuerzas productivas sociales, la creación del mercado mundial, maquinarias modernas, etcétera, no enriquecen al obrero, sino al capital; una vez más, sólo acrecientan el poder que domina el trabajo; aumentan sólo la fuerza productiva del capital.

Generalmente, en este mundo mayoritariamente de predominio neoliberal muchos gobiernos atienden primordialmente el mandato de los poderosos magnates que exigen protección de sus riquezas, en detrimento de la atención a los sectores mayoritarios de la población, es decir, los más necesitados.

La pobreza, junto con el suicidio y los indicios de criminalidad, se han disparado como consecuencia de la crisis económica. Se podría poner muchos ejemplos que demostrarían que la batalla contra la pobreza no anda bien y que aún no se vislumbra la decisión de tomar el camino que, en este sentido, preconizaba Gandhi, ni que una gota de sangre del corazón grande de la Madre Teresa purifique la mentalidad de quienes en Estados Unidos hunden al mundo en el caos.

Pero, increíblemente, los inmensamente ricos, eternamente miserables, son quienes más se quejan, porque son mal vistos por practicar la lujuria, la gula, la avaricia, la envidia y la soberbia en tiempo de recesión. El disfraz de mecenas les viene como anillo al dedo.

Y no sé el porqué se preocupan, si el Estado no actúa contra ellos, y si lo hace es de forma excepcional, por un escándalo inocultable.

Por citar solo dos relevantes nombres, como George Soros, de origen húngaro, y el norteamericano Bill Gates les gusta ser visualizados como seres que dedican una ínfima parte de sus astronómicas fortunas a realizar obras de caridad, crear becas y, principalmente, montar exposiciones con costosas y valiosas obras del arte universal por ellos adquiridas.

Así, esos seres realmente miserables engañan al incauto con una apariencia bondadosa.

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