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Los límites del poder

28 de junio de 2013

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Pocas veces un caso, como el del técnico desertor de la NSA Edward Snowden, ha puesto tan en evidencia en los últimos tiempos los límites del declinante poder de Estados Unidos y la orfandad de apoyo para sus fechorías imperiales, sobre todo si se trata de hechos tan bochornosos y violatorios de elementales normas de ética y respeto a sus propios ciudadanos, a sus aliados y a la comunidad internacional en su conjunto.

Más vergonzoso e insólito por tratarse de un sistema y de un gobierno que se atribuyen facultades y privilegios “divinos” que deben permitirles ejercer la función de gendarme mundial en beneficio de los intereses más mezquinos de su clase dominante, que se arrogan el derecho de absolver o condenar según esos mismos intereses a todo el que no se someta a sus dictados y es incluido en selectivas “listas” de las que hipócritamente se excluyen.

Es totalmente lógico que el régimen de Washington, cuando se ve sometido,- como en esta ocasión de las revelaciones del técnico Snowden,- al desenmascaramiento de sus actividades ilícitas quede completamente desnudo y sin argumentos.

En cuanto al tema de la vigilancia electrónica, los ataques cibernéticos y el espionaje industrial del que alegaban estar siendo víctimas, resulta que todas sus quejas se vuelven contra ellos de manera repentina pero probada y suficientemente expuesta, con evidencias y datos, por parte de uno de los suyos, aparentemente cansado de tanto doble rasero, cinismo y engaño.

En un increíble y anacrónico ejercicio de prepotencia que confirma la peligrosidad y el delirio de los que mandan en Estados Unidos, han sido capaces de amenazar simultáneamente a Rusia y a China, -las otras dos principales potencias del mundo,- pretendiendo chantajearlas sin razón e involucrarlas en la decisión del individuo, valiéndoles por parte de ambos la más firme respuesta.

Claramente, no es culpa ni de Rusia ni de China ni de nadie que estemos asistiendo a otro episodio  no muy lejano del caso Wikileaks-Manning, -aún no cerrado,- pues parecen no escasear los ciudadanos estadounidenses que en un momento dado llegan a repugnarse de procedimientos tan bajos y criminales, decidiéndose a poner fin a su participación en esas prácticas y a redimirse de alguna manera, revelándolas y denunciándolas.

Es algo que el Imperio, obviamente, nunca podrá entender pues su propia naturaleza se lo impide y tendrá que seguir enredándose en absurdas historietas cinematográficas de espionaje y dinero.

Nunca podrá entender que los límites del poder están en las conciencias de cada uno de sus propios ciudadanos.

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