ribbon

Los cimientos…

24 de agosto de 2015

|

Mediodía de un sábado caluroso de agosto. Del ciclón Denny, que con expectativas de que trajera lluvia, más que alarmarnos nos entusiasmó, poco se dice ahora; parece que por lo pronto se debilitó o el calor lo extinguió. El “pavimento se derrite”, me dice un vecino pinareño a quien su nuera lo llamó ayer con la grata nueva de que en Consolación, donde vive, estaba lloviendo.
Con esos augurios, opté por repetir mi dosis de recorrer parte de La Habana Vieja. Observé a una Avenida de Paula que toma su verdadera forma. Las palmas crecen. El aire de la bahía se une al esfuerzo de quienes día y noche, durante largas jornadas, se empeñan en revertir —al menos en lo posible—el deterioro de muchas décadas.
Una larga hilera de ómnibus llenos de turistas va ocupando su espacio en la senda derecha de la amplia vía. Los foráneos vienen vestidos como para soportar el pleno verano cubano. Short, blusas o camisas lo más frescas posibles y, por supuesto, el sombrero de yarey que ya compraron en el hotel donde se hospedan o en tiendas cercanas.
La cámara fotográfica o de video no falta. Los que este sábado visitan Cuba no se quieren perder la oportunidad de perpetuar para familiares o amigos allá en sus países de origen, esta vieja y linda Habana, patrimonio que crece por día y al que aún le falta mucho por alcanzar.
La guía o el guía que acompaña a cada grupo espera que se acerquen para que escuchen su información sobre cada sitio; lo que encierran de historia las añejas construcciones. El tesoro debidamente conservado por una Oficina del Historiador que es modelo de perseverancia y optimismo.
Sigo tras uno de los grupos, más que todo por priorizar los lugares hasta donde pienso llegar —si el calor me lo permite— este nuevo sábado.
Imbuido ante tanta historia —esa hoy más necesaria que nunca— me van pasando los minutos y hasta las horas. No me doy cuenta de que por mi frente corren gotas de sudor que unas veces seco con el pañuelo y otras las siento recorrer por mi cuerpo y perderse no sé por dónde.
Luego tomé, de manera individual, otro camino que me condujera a lugares como los antiguos almacenes San José; y ya de regreso me detuve en la plaza de San Francisco, envidiable escenario donde confluyen historia, tradiciones, cultura, palomas que revolotean y se posan junto a una familia que con tres niños parecen distantes del ir y venir de turistas y no turistas.
En el recorrido que me tomó hasta el atardecer aun caluroso, fui testigo de algunas manifestaciones de una que otra persona, mujer u hombre, joven o menos joven, que se empeñaban, con voz casi indescifrable en “ofrecer” algún artículo, mostrar las bondades que podrían “deleitar lo que servía una paladar cercana”, y hasta quien pedir algo a quienes suponía tenían más que él.
Así continué mi andar por otras partes de esa bella Habana y terminé sentado y meditando. Lo hice en la calle que da albergue a un pequeño espacio llamado Marco Polo y que vende especies oriundas de las lejanas tierras del Oriente, aquellas a dónde Cristóbal Colón pensó haber llegado cuando nos “descubrió” o cuando Europa nos convirtió en colonias.
En uno de los “asientos de parque” allí instalados, pensé sobre el porqué de males aun presentes en nuestra sociedad como los que les describí en relación con algunas personas que se empeñan en dañar una imagen o desvirtuar el verdadero concepto de la cultura y la historia.
¡Qué pena que esto ocurra!
Sin embargo, ya con “la cabeza fría” reflexioné y preferí no olvidar que estamos viviendo tiempos complejos, con vicios traídos del pasado y aún presentes; y otros “fabricados” a la criolla y expandidos como yerba mala por quienes prefieren lo superficial, lo fácil, el ilusionismo del mercado, en detrimento de la historia, ese cimiento que cada día hay que cuidar y abonar, para que nunca se pierda.
Y esa gran tarea, en mi opinión, tiene el mejor exponente en una Habana Vieja que sin perder sus encantos, se ha convertido en guardián del patrimonio de un país que tiene mucho que contar y que ha sido capaz y lo seguirá siendo, de eliminar las piedras que quieran interrumpir el bello camino del porvenir.
Esos cimientos no podemos permitir que sean removidos.

Comentarios