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Lo que parece mucho, es muy poco

3 de diciembre de 2015

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Oaxaca ha sido escenario por estos días de algo que ya es típico en cualquier estado mexicano: el hallazgo de fosas comunes con cadáveres decapitados y la represión a maestros que temen ser despedidos por la aplicación de una reforma educativa que parecía a primera vista progresista, pero no lo es.
México, con una mafia enquistada que hace interminable el capítulo del narcotráfico, se desenvuelve opacamente en el encuentro entre intereses públicos y privados, cada vez más fuertes estos últimos.
Y es que hay una política que se dice que desarrolla las fuerzas productivas, pero que favorece cada vez más a entes foráneos, sobre todo a los monopolios con mayor capital estadounidense, como en el caso del petróleo, que fuera orgullo y estandarte de la soberanía nacional.
Un dato concluyente del presente mexicano es que la gente ha dejado de confiar en sus políticos. Y ellos lo saben. No es solo allí donde se da esta circunstancia letal para la democracia. La decepción que produce la miden las encuestas en niveles de vértigo. Solo dos de cada diez mexicanos dicen creer en alguno de los tres mayores partidos del país. Esto pronostica un alto abstencionismo.
En cierta medida, el gobierno de Enrique Peña Nieto, al frente del Partido Revolucionario Institucional, rifó sus apoyos previos embestido por una oleada de problemas que han sacudido al país, algunos inexplicables.
Uno de los graves, causó el malestar popular por el asesinato de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa en el Estado de Guerrero, ultimados de un modo bárbaro porque molestaban con sus pequeñas demandas al alcalde del lugar.
Pero el agravante es un comportamiento que ha mostrado un poder incapaz en muchos casos de reconocer la existencia de conflictos de intereses entre lo público y lo privado. Así, en la prensa aparecen noticias de un amontonamiento insólito de propiedades regaladas y, si hay suerte, a veces vendidas a altos funcionarios por empresarios ligados a la obra pública.
El diario El Universal comentaba las respuestas de hombros alzados de muchos miembros del gobierno de Peña Nieto a esta avalancha de denuncias, “que han indignado a los mexicanos y han dado la vuelta al mundo dañando su imagen y credibilidad”.
Según el periódico, uno de los más escandalosos es el caso de “la Casa Blanca de Las Lomas, financiada generosamente a la esposa del mandatario Angélica Rivera por el Grupo Higa”.
Esa corporación creció con millonarios contratos de infraestructura estatal, pero el gobierno lo niega. El mismo diario relató que el secretario de Hacienda Luis Videgaray reveló que pagó una residencia con un “crédito no bancario” y “en efectivo”, algo penado para los contribuyentes.
Esto ocurre en una realidad incómoda de un país que crecerá sólo 2,5% este año y que confronta una desigualdad de magnitud tal que es el segundo peor calificado en ese rubro por la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo,
Este desafío desborda al Estado, porque tiene fondos limitados para atacar esos desequilibrios, al convivir con una amplia economía sumergida.
Estas contradicciones sociales son una parte de las condiciones que hacen posible el narcotráfico, que vota a su manera con la escalada de asesinatos de políticos y recluta sus soldados en esos abismos.
Aún así, el gobernante PRI se impone generalmente sobre la otra formación centroderechista, el PAN, y sobre lo que queda de la socialdemocracia del PRD, o su escisión Morena del ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador.
La batalla, sin embargo, es tan aguda que el gobierno dio trágicamente marcha atrás con su elogiada revolución educativa y concilió con el sindicato de maestros contrario a cualquier mejora del sistema. Es decir, se perjudicó a una mayoría que puede nutrir en cualquier momento las filas del desempleo.
Por todo lo anterior, las fuerzas tradicionales pueden concentrar en cualquier momento el 70% de los votos, como lo han demostrado no hace mucho y lo seguirán posiblemente ejerciendo.
Pero lo harán con una realidad muy inferior al 50% del total del electorado, tal es el desánimo y, subrayo, la desconfianza de este.
Y es porque lo que parece mucho, es muy poco.

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