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Libres, pero no iguales

12 de agosto de 2020

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Cuando en Estados Unidos fallecían las primeras 50 000 personas por la pandemia de la COVID 19 –que ya triplica esa cifra– gobernadores republicanos llegaron a decir que había que dejar que el coronavirus actuara para que limpiara al país de personas inútiles.
Ese concepto es el que predomina en Trump y el grupo de halcones que le apoya en sus ínfulas de reelegirse presidente, y más cuando ponen en la misma balanza a negrosasesinados y a sus victimarios policiales, al decir “indulgentemente” que en ambas artes hay buenas personas.
En varias ocasiones he señalado cómo la negligencia, descuido y otros epítetos más deleznables hay que endilgársele a la política oficial de no asumir el papel que le corresponde y dejar que el mal convierta a la nación más rica del mundo en el principal centro mundial de infestados y fallecidos, la mayor parte de los cuales son pobres, en su mayoría negros.
Nada extraño en un país donde años atrás el odio racial fue el factor principal en la muerte de unos 8 000 negros, linchados o quemados vivospor blancos, la inmensa mayoría de los cuales nunca tuvo que rendir cuentas a los tribunales de “justicia”.
El odio racial se extiende a otras razas consideradas inferiores, pero la literatura esabundante en lo que concierne a la raza negra, y su lectura muestra a figuras consideradas justas, pero que, en realidad, siempre pensaron que la raza blanca era la elegida.
Es sabido que la persistencia de la esclavitud constituyó una seria contradicción en un país que, por un lado, proclamó como evidente el principio que todos los hombres son creados iguales, y por el otro, sentenció a través de su Corte Suprema, en 1856, que la Constitución no pretendía que los seres humanos de piel oscura fueran considerados ciudadanos.
Con el transcurrir del tiempo, importantes dirigentes políticos, periodistas y activistas denunciaron esta falta de coherencia y abogaron por la emancipación de los afroamericanos. Para estos pensadores, sin embargo, la libertad de los esclavos no significaba que las personas de raza negra deberían ser considerados iguales a los blancos ni que pudieran compartir el mismo suelo.

 

DEPORTACIÓN COMO SOLUCIÓN

 
Tratando de resolver el problema, apoyaron la idea de la emancipación de los esclavos, pero la asociaron a la deportación progresiva de Estados Unidos de las personas de piel oscura. En este sentido, Thomas Jefferson señaló en 1829 que “ciertamente nada está más escrito en el libro del destino, que esta gente (los esclavos negros) han de ser libres, ni es menos cierto que las dos razas, igualmente libres, no pueden vivir bajo el mismo gobierno… Todavía está en nuestro poder dirigir el proceso de emancipación y deportación, de manera pacífica y en grado tan lento, que el mal desaparecerá imperceptiblemente y sus funciones en la sociedad serán cumplidas por trabajadores blancos libres”.
Cabe destacar que Jefferson siempre consideró a América del Sur como una región a la que podría enviarse a los negros deportados de Estados Unidos. El objetivo sería facilitado por el hecho que las sociedades latinoamericanas no estaban afectadas por prejuicios contra la presencia negra. En 1778 sugirió que “los esclavos culpables de cualquier delito –sea éste homicidio, robo, allanamiento de morada, contrabando, incendio provocado– crímenes castigados en los casos de otros individuos con penas de trabajos forzados en obras públicas, deberían ser transferidos a países de las Indias Occidentales [Caribe], América del Sur o África, que el Gobernador disponga, para continuar en su condición de esclavos”.
En 1801 Jefferson confirmó que América Latina constituía uno de sus destinos preferidos para la deportación de las personas de raza negra: “Las Indias Occidentales (Caribe) ofrecen el entorno más probable y factible para ellos. Habitadas por un pueblo de su propia raza y color, con climas adecuados a su constitución natural, aislados de otras razas, la naturaleza parece haber creado estas islas para que se conviertan en el receptáculo de los negros trasplantados a este hemisferio”.
La recomendación de usar a los países latinoamericanos como destinos de expatriación para los afroamericanos se mantuvo como propuesta política durante el siglo XIX. O ‘Sullivan lo sugirió en 1845: “Las poblaciones hispano-indo-americanas de México, América Central y América del Sur, proporcionan el único receptáculo capaz de absorber a esta raza (negra) en el momento en que estemos preparados para desprendernos de ella –para emanciparlos de la esclavitud– y, necesariamente, al mismo tiempo, para alejarlos de en medio de nosotros. Siendo estos pueblos de sangre mezclada y confusa y encontrándose exentos de los «prejuicios» que, entre nosotros, de manera tan insuperable, prohíben la amalgama social que pueda extraer a la raza negra de la degradación casi servil en que se encuentra, si bien legalmente libres, las regiones ocupadas por esas poblaciones deben atraer decisivamente a la raza negra” (O ‘Sullivan.

 

DESTINO, MÉXICO

 
Por su parte, el futuro presidente Andrew Johnson sugirió en 1847 la anexión de México con el fin de utilizar este país como destino de deportación de los negros que “transitarán de la esclavitud a la libertad cuando se fusionen en una población adecuada a ellos mismos, que saben y sienten que no existen diferencias, como consecuencia de los diversos matices de color de piel y cruces de sangre”.
En 1862, el presidente Lincoln propuso la emancipación gradual y compensada de los esclavos negros seguida de su deportación. Los destinos de deportación serían los países latinoamericanos. Lincoln afirmó: “Yo no hablo de la emancipación inmediata (de los negros), sino de una decisión inmediata para emanciparlos gradualmente. Los lugares de colonización en América del Sur son baratos y existen en abundancia”. El mismo año, en su mensaje anual al Congreso, Lincoln propuso a Haití como el país “al que los colonos de ascendencia africana pueden ir con la certeza de ser recibidos y adoptados como ciudadanos”.
Para Jefferson, O ‘Sullivan, Johnson y Lincoln, los negros en los Estados Unidos podían ser libres, pero no eran iguales a los blancos del Nuevo Pueblo Elegido. Además, los afroamericanos no podían coexistir con la raza blanca superior. Deberían ser deportados apaíses en los que pudieran vivir entre iguales. América Latina era la mejor alternativa.
Desde el punto de vista angloamericano, nuestra región reafirmaría su condición de ser habitada por razas inferiores: siendo un subcontinente poblado por una mayoría indígena inferior, debería recibir a los deportados negros de Estados Unidos, quienes de esta manera convivirían con sus similares raciales. En países como Haití, los negros podrían vivir en un ambiente propicio de atraso e ignorancia. Como FrederickPen Field escribió en la North American Revire, en 1904, las “repúblicas negras (Haití y Santo Domingo)” –es decir, los destinos preferidos de deportación– representan “la civilización más inferior de nuestro hemisferio”.

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