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Libia, neocolonia caótica

29 de noviembre de 2013

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El afán occidental por librarse del posteriormente asesinado líder libio Muammar el Ghadaffi empezó bélicamente en la rica región petrolífera septentrional de Cirenaica, con especial énfasis en la ciudad portuaria de Bengazi, hacia donde se han dirigido miles de efectivos del aún inefectivo e incompleto ejército, en la prolongación de un conflicto que siempre ha mantenido la etiqueta neocolonial.
Por allí empezó la insurrección tribal, sin que hubiera prueba alguna que fue debida al bombardeo de la población civil, en contradicción con la propaganda occidental, que ha tratado de ocultar que la revuelta de Cirenaica no tuvo nada de espontánea, porque fue preparada por la inteligencia norteamericana, británica y francesa. Esta última contactó con Massoud El-Mesmar, antiguo compañero y confidente de Ghadaffi, quien desertó en noviembre del 2010 y recibió asilo en París.
Lo cierto es que la Organización del Tratado del Atlántico Norte mantuvo controlando a esos rebeldes durante más de dos años, mientras Estados Unidos repatriaba a exiliados libios para que ocuparan los ministerios claves del Consejo Nacional de Transición y posterior gobierno fantoche, contra el cual se ha rebelado una extensa gama de grupos -entre ellos la fuerte presencia de Al Qaeda-, muchos de los cuales hacen caso omiso de la intención norteamericana y de sus aliados de controlar el petróleo, y mantienen el embarque por cuenta propia del carburante, perjudicando en gran manera a Italia – un integrante de la OTAN-, que era su principal receptor.
Lo cierto es que el imperialismo norteamericano jugó la baza contra un dirigente que siempre dejó fuera a Estados Unidos de la riqueza petrolera nacional, en un momento en que todo parecía salirle mal al caer o tambalearse regímenes de la zona que durante años le han sido adictos.
Al tiempo que hacía que el personal calificado extranjero se fuera del territorio libio y familias enteras tuvieron que abandonar a una nación con apenas cinco millones de personas, se preparó y realizó la guerra contra el gobierno de Ghadaffi, quien logró renacer el concepto de nación en Libia, llevó prosperidad a sus habitantes y ofreció trabajo a millones de inmigrantes.
Su defecto, pienso, fue no llevar consecuentemente lo que denominó Revolución Verde hasta sus últimas consecuencias en las cuestiones agrícolas, dejar sin grandes obstáculos la penetración del capital europeo en la principal riqueza del país y permitir que el proceso de privatización permeara en gran parte empresas que debía controlar el Estado.
Esto provocó desajustes económicos, principalmente en los ingresos de sus habitantes, principalmente en zonas donde el dominio de Trípoli era más débil. El aprovechamiento foráneo de esta cuestión llevó a la guerra prefabricada, al secesionismo y pérdida nacional de entradas petroleras.
Pero el control colonial y de sus entes en Trípoli no ha podido evitar la extensión de un caos que causó la muerte al Embajador de Estados Unidos, ataques a la sede diplomática de Francia y otras naciones, y el secuestro temporal del premier Ali Zeidan, entre otras anomalías.
No solo es en el norte cirenaico y Trípoli donde se producen los problemas, parque en el sur son frecuentes los enfrentamientos intercomunitarios, el movimiento de armas y de terroristas y existencia de flujos de irregulares procedentes de países sahelianos y subsaharianos, pero también de Siria, Esto, que ya es suficientemente preocupante de por sí, lo es aún más si tenemos en cuenta que en el sur del país existen importantes campos de exploración y explotación de hidrocarburos, particularmente en la cuenca del Murzuk. Es significativo que el gobierno decretara el cierre de toda la región meridional de Libia, desde Ghat y Ghadames, en el oeste, hasta Kufra en el sureste, declarándola así zona militar y adjudicándole un status en el que aún sigue inmersa.
Pero a esta realidad, que genera mucha inestabilidad dentro y fuera de Libia, hemos de añadirle también otra que existe en el este – en la frontera con Egipto – y a la que no se le suele conceder la atención que merece.
Si el Estado tiene enormes dificultades para ejercer su control en el norte del país, con las ciudades más importantes e inmersas en el caos a la cabeza, dicha dificultad se hace ya endémica en lo que al sur y este respecta. Allí algunas tribus ejercen algún control pero siendo siempre limitado este a ciertos espacios y reproduciendo prácticas ancestrales que también existían durante el régimen de Ghadaffi.
A los choques entre fuerzas gubernamentales y rebeldes en la región de Kufra, se añaden los enfrentamientos intercomunitarios entre los Zuwayya y los Tubu con cientos de muertos, en una zona donde Naciones Unidas atiende aun a más de 60 000 desplazados por la guerra insuflada por el Imperio, que mantiene a Libia como una neocolonia caótica.

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