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Leña al fuego

8 de enero de 2016

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Prácticamente todos los analistas que de manera objetiva e independiente se han referido al caso, expresan como conclusión que la aplicación de la pena capital al clérigo chiíta Nimr al Nimr y otras 46 personas bajo la acusación de terrorismo, por parte de las autoridades monárquicas de Arabia Saudita, no es más que una maniobra poco disimulada del reino Wahabita de Ryad contra las inminentes conversaciones de Viena sobre el Estado Islámico y otros grupos, que han recibido durante las últimas semanas contundentes golpes tanto en Siria como en Irak.

Posteriormente, el incendio de la embajada saudita en Teherán por indignados manifestantes terminó de echar toda la leña al fuego y disparó otros acontecimientos, como fue la ruptura de relaciones diplomáticas de Arabia Saudita con Irán, unas relaciones que desde hace tiempo vivían en permanente crisis.

Merece la pena recordar que el clérigo Nimr al Nimr había sido apresado por las autoridades sauditas en el año 20l2, siendo juzgado y condenado a la pena capital en octubre de 2014, una sanción extrema que hasta ahora no se había ejecutado y tiene lugar precisamente en momentos en que el reino saudita estima necesario hacer llegar estos siniestros mensajes a los diferentes actores del drama actual del Oriente Medio, incluso a sus aliados como Estados Unidos, cuya reacción ha sido cuidadosamente discreta ante la masacre cometida por sus socios y clientes.

Increíblemente, las llamadas “potencias occidentales” han intentado considerar como de la mayor gravedad el incendio a la embajada saudita en Irán, tratando de restar importancia a las ejecuciones del clérigo chiíta y sus compañeros de prisión y presentándolo como un “asunto interno” del influyente reino petrolero, posiblemente el más importante y obsequioso comprador de armamento y tecnología militar estadounidense en el mundo.

Mientras las comunidades musulmanas chiítas hacían constar sus protestas en varios países de la región, los gobiernos de otras naciones árabes cercanas políticamente a Arabia Saudita tuvieron reacciones de apoyo aunque de naturaleza diversa. Por ejemplo, el pequeño reino de Bahrein –actualmente ocupado por tropas sauditas y con una numerosa población chiíta– anunció la ruptura de relaciones con Irán, a la vez que los Emiratos Árabes Unidos y Kuwait retiraron sus embajadores, advirtiéndose que, al menos hasta ahora, no parece haber unanimidad entre los países del Consejo de Cooperación del Golfo.

Las masivas ejecuciones llevadas a cabo, al efectuarse contra supuestos terroristas todos de filiación religiosa chiíta, profundizan sin dudas las peligrosas diferencias entre estos y los musulmanes de filiación sunita, agravando las diferencias entre ambas ramas del Islam, aprovechadas de manera criminal e interesada por los enemigos de las dos comunidades que solo buscan el debilitamiento de ambas para facilitar la dominación y el saqueo de esos pueblos.

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