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Las secretas intenciones de un Tratado

14 de octubre de 2015

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Mientras las potencias hegemónicas mundiales –Estados Unidos y los países de la OTAN– dedican cada año una mayor cantidad de dinero en armas y guerras, países como China han involucrado tiempo y recursos a su desarrollo económico y comercial, sin descuidar la defensa, por supuesto.
En este contexto, con una economía china que se expande y fortalece, Occidente ha visto amenazado su dominio planetario y, usando el anzuelo del libre comercio, ha apostado por acuerdos que beneficien sus productos y que algunas naciones menos favorecidas puedan verlos como un estímulo para sus economías.
De esa envoltura ha salido ahora el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (o TPP por sus siglas en inglés), un controversial mecanismo de integración económica encabezado por Estados Unidos y al que se adhieren, Japón, Australia, Brunei, Canadá, Malasia, Nueva Zelanda, Singapur, Vietnam, México, Perú y Chile.
Se trata del mayor bloque económico del mundo e involucra a unos 800 millones de personas, y que, según sus promotores, puede aumentar la actividad económica mundial en 200 000 millones de dólares anuales.
Durante cinco años de negociaciones y con un hermetismo total en cuanto a lo que se abordaba en las mismas, el parto de este acuerdo irrumpe en la escena mundial con la clara intención de Occidente de poner freno a la expansión económica china y estimular a un sistema capitalista en franco declive.
En el caso de las tres naciones latinoamericanas involucradas, sus defensores consideran este mecanismo como una forma de aumentar sus exportaciones y atraer inversiones provenientes de los componentes más desarrollados del grupo.
Sin embargo, la lógica y la experiencia de otros tratados con Estados Unidos en los que están involucrados México y Perú, fundamentalmente, han mostrado su verdadera cara: llenar de productos norteamericanos, principalmente agrícolas, a esas naciones y con ello llevar a la quiebra a millones de productores del campo y a medianas y pequeñas empresas que rápidamente son tragadas por las transnacionales.
En cuanto al tema China, la intención norteamericana ha sido muy clara: detener su impulso económico y evitar la expansión de sus productos.
El propio presidente Barack Obama ha asegurado que “con más del 95% de nuestros clientes potenciales viviendo fuera de nuestras fronteras, no podemos dejar que países como China escriban las reglas de la economía global”.
Lo que sí parece quedar claro es que este Acuerdo, será, más que todo, de beneficio para las transnacionales norteamericanas que tendrán vía libre para expandir sus tentáculos por la región del Pacífico.
Mientras, por posibles beneficios habrá que esperar y ojalá que no estemos en presencia, principalmente para las naciones más pobres en él involucradas, de una nueva forma de colonialismo económico y comercial que pueda dar al traste con los programas sociales de beneficio público.
Aún así, no puede obviarse que tras este mecanismo se esconden las secretas intenciones de Estados Unidos.

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