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La posición común y el “caballerito” Aznar

12 de diciembre de 2016

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En mayo pasado escribí en este mismo sitio de Habana Radio, sobre una “reunión de carroñas en Miami”, que, como muchas otras en las últimas décadas, tenía como “encanto” las diatribas vacías de contenido y los llamados desesperados a echar abajo la Revolución Bolivariana de Venezuela como antes quisieron –y no pudieron hacerlo con Cuba.

Allí, en esa cita miamense estaba José María Aznar, el “caballerito” autor de la llamada “posición común” para tratar de hacer colapsar la Revolución Cubana.

En aquella cita de trasnochados vividores del cuento, también estaban, por supuesto, algunos pocos de los que en la Isla viven del negocio de la contrarrevolución, con dinero y muchos viajes hacia el Norte o hacia Europa, para buscar tribunas donde puedan levantar sus calumnias contra la tierra que, quizás por equivocación, los vio nacer.

En esta última reunión, Aznar arremetió contra el proceso de restablecimiento de las relaciones cubano-americanas, como antes lo había hecho en relación con los países de la Unión Europea y Cuba.

Fue, en el año 1996, el que lideró aquella campaña para, aprovechando las dificultades económicas en medio del llamado período especial, tratar de completar el cerco que contra Cuba ya había impuesto Estados Unidos.

Aznar, carente de estatura moral –física nunca la tuvo– convenció a la Unión Europea, de condicionar sus relaciones con Cuba, a la vez que limitaba y hasta eliminaba cualquier avance en el diálogo político, el intercambio comercial y en la esfera económica.

El “caballerito” pensó que vería a las autoridades cubanas rendidas a los pies de Washington y Bruselas, pues concibió como imposible que la Isla saliera viva de esa embestida luego del derrumbe del otrora campo socialista.

La doble moral tuvo su clímax, cuando países que por separado siempre votaban en Naciones Unidas por la eliminación del bloqueo norteamericano contra Cuba se unieron en un proyecto que se llamó posición común, el cual siempre ha querido poner de rodillas a la isla.

La historia no olvida cuando, en 1996, tras Aznar alcanzar la presidencia española, apareció junto al vicepresidente norteamericano de entonces, Al Gore, en una rueda de prensa en la que el anfitrión español hizo aquel anuncio de que su Gobierno interrumpía fulminantemente la cooperación oficial con La Habana.

Al Gore lo felicitó y dijo sentirse “reconfortado por la visión más ambiciosa de la administración de Aznar para lograr una democracia en Cuba”.

Estimulado el “caballerito” con la complacencia del amo imperial y secundado por otros personeros de igual postura en naciones del Viejo Continente, usó a los vende patria de la Isla, los contrarrevolucionarios de siempre, como bandera en la supuesta defensa de los derechos humanos.

Fueron las embajadas europeas en La Habana, en medio de copas y canapés, los sitios utilizados para festejos entre diplomáticos y quienes cobraban el dinero de Estados Unidos y luego de algunas organizaciones europeas, para hacer coros en contra de Cuba.

Hoy, cuando la obsoleta “posición común” parece venirse abajo, Cuba, digna y soberana, muestra que su resistencia y su valor son muros infranqueables contra los que se estrella toda patraña, venga de donde venga.

Aznar, mientras tanto, continuará buscando coros que le aplaudan su miserable posición, nada común, sino hipócrita u falsa.

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