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La maldad del agresor

12 de agosto de 2020

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Con buen guion y presentación, la actual serie televisiva que presenta Multivisión en el espacio dominical Alto Impacto muestra un ejemplo de los presuntos héroes y heroicidades de los ocupantes estadounidense en Afganistán, cuando un individuo condecorado en la guerra contra una de las naciones más pobres del mundo y a quien tratan de legitimar como vicepresidente de Estados Unidos, es realmente un criminal de guerra.
No es la primera vez ni será la última que escribimos sobre los crímenes de guerra estadounidenses en cualquier parte del mundo. Afganistán es un ejemplo de ello, porque sigue sucediendo, a pesar de haber anunciado el gobierno de Estados Unidos que conversaría con el rebelde movimiento Talibán, retiraría sus tropas y dejaría sólo unas pocas de los aliados y personal especializado en el entrenamiento del ejército local.
Han sido 20 años de la invasión y ocupación de Afganistán por Estados Unidos, y no obstante la agresión a gran escala, con numerosos y modernos tipos de armamentos, incluidas varias superbombas, no ha podido vencer a un pueblo difícil de doblegar a lo largo de la historia.
Las verificaciones de crímenes atroces cometidos por soldados ocupantes norteamericanos en Afganistán coincidieron con la noticia de que 211 personas perecieron en un solo día, a causa de la violencia y la destrucción incoadas por Estados Unidos en el atrasado país centroasiático.
Las revelaciones sobre la muerte de afganos a manos de militares estadounidenses venían produciéndose desde hace algún tiempo, pero, realmente, no hay que buscar mucho al respecto, sin haber esperado ni las verdades expresadas por Julian Assange en Wikileads, ni las denuncias del soldado Brad Manning, ni lo dado a conocer por Snowden sobre el espionaje norteamericano, todo lo cual atenta contra los derechos humanos.
Para EE.UU. la solución no es jugar limpio, por supuesto, sino buscar personas que carguen con la culpa de sus errores, sin arrepentirse de ellos.
Recordemos cómo trató de que se pasara por alto aquellas espantosas fotos publicadas por la revista de noticias semanal alemana Der Spiegel de civiles afganos muertos a manos de un grupo de soldados de EE.UU.
Dos de las tres fotos muestran a dos soldados de EE.UU. posando junto a un cadáver parcialmente desnudo y manchado de sangre. La víctima es GolMudan, muerto en el pueblo de La Mohammed Palay. Uno de los militares sonreía a la cámara, mientras sujetaba la cabeza del asesinado. La tercera foto muestra dos cadáveres ensangrentados, sentados uno junto al otro, con las manos atadas.
Pero hay personas que tratan de guardar la dignidad, como Craig Murray, ex embajador británico en Uzbekistán, activista de derechos humanos:
“Algo huele a podrido en la cultura militar de EE.UU., de lo cual (las fotos de Der Spiegel) no son más que un síntoma. No diré mucho más, porque ahora mismo siento más pena que enfado. Sólo los dejaré con estas verdades. Es más común entre los soldados estadounidenses la posesión de estas “fotos trofeo”, que el hecho de que sean expuestas en una revista internacional. Y es mucho más frecuente que los soldados estadounidenses asesinen por puro disfrute de su poder sobre la vida y la muerte, que el hecho que se incriminen a ellos mismos grabando los hechos”.
Esto no es más que la punta de un iceberg de maldad engendrado por la administración de George W. Bush, sustentada por la de Barack Obama y mantenida por la de Donald Trump, en medio de anuncios sobre el retiro de tropas ocupantes.
La constante propaganda de que la situación de los ocupantes va mejorando y la insurrección no puede lograr un triunfo total, se contradice con el convencimiento de que la misión agresora aupada por Estados Unidos se encuentra ante un callejón sin salida.
La insurgencia continúa su ritmo ascendente, convirtiendo su actividad en un verdadero infierno para las fuerzas invasoras.
Según el investigador y periodista Wayne Madsen, los servicios secretos norteamericanos no saben a ciencia cierta contra quiénes se lucha. Sin embargo, entre los insurgentes, a quienes califican siempre de terroristas, se encuentran remanentes del Talibán, una gran cantidad de musulmanes de países vecinos y numerosa gente común del pueblo, quienes han logrado articular un fuerte accionar contra el enemigo común.
“Nuestras fuerzas mostraron de nuevo que no quieren tropas extranjeras en el país”, dijo un portavoz talibán, al informar sobre el derribo de un helicóptero norteamericano.
Miles de prisioneros en 25 centros de detención en Afganistán, víctimas de continuadas torturas, no ayudan a despejar las expectativas y hunden aún más la moral de un ejército norteamericano, que tampoco pudo ganar la guerra que desató contra Iraq, por lo que tuvo que retirar el grueso de sus tropas, dejando a miles de mercenarios y una sangrienta lucha confesional por el poder de la que no son ajenos los servicios secretos de Occidente y su aliado Israel.

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