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La lista espúrea

5 de junio de 2013

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No resultó sorpresa que Estados Unidos mantuviera a Cuba en su lista negra de países que apoyan el terrorismo. Quien pensara que la designación de John Kerry como secretario de Estado podría cambiar la política hacia la mayor de las Antillas, pecó de ingenuo. Washington sigue siendo rehén de su propia inmovilidad hacia La Habana, y de los espurios intereses de los grupos contrarrevolucionarios de Miami.
Pero más allá de consideraciones políticas domésticas, esa lista carece de credibilidad internacional por su evidente sesgo político anticubano. Se trata de un acto unilateral que no está refrendado por ningún organismo internacional.
Cuba fue incluida en esa lista en 1984 durante la administración del presidente Ronald Reagan. Entonces el pretexto era que La Habana apoyaba a las guerrillas colombianas. Ya desde entonces se utilizaba este macabro mecanismo para satanizar organizaciones, movimientos, personalidades e incluso países que no se movían en la órbita de Estados Unidos.
De aquella fecha a la actual, administraciones republicanas y demócratas han hecho un uso propagandístico de ese instrumento con el fin de justificar la política de bloqueo contra Cuba.
Sin embargo, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, la lucha contra el terrorismo se convirtió en el centro de la política exterior norteamericana. Aparecer en esa lista lista implicaba el peligro de una invasión militar y todo un engranaje legal por el cual se persigue incluso a cualquier Estado bajo la excusa del terrorismo.
Si Washington inventó el argumento de las armas de exterminio en manos de Saddam Hussein para invadir a Iraq, qué otra mentira no forjaría para decidir una agresión militar contra Cuba u otro país cuyo gobierno no sea de su agrado.
Cuba ya tiene experiencias al respecto. Cuando los milicianos y soldados de la isla se enfrentaban a la invasión mercenaria en las arenas de Playa Larga y Playa Girón, la propaganda de guerra, el laboratorio de mentiras, decía en los cables de la agencia AP que “los sublevados habían tomado el puerto de Bayamo”.
Es todo un contrasentido que el país que elabora listas negras incumpla con todas las normas que en su momento impuso a Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para el tratamiento de casos de terrorismo.
Y la más notoria de esas violaciones tiene que ver con Luis Posada Carriles, a quien la justicia estadounidense dio patente de corso para vivir impunemente en Miami a pesar de su comprobada coautoría en la voladura de un avión comercial cubano en 1976 y la muerte de sus 73 ocupantes.

La Casa Blanca jamás ha deportado a la isla a ninguno de los cientos de esbirros de la dictadura de Batista que cometieron miles de crímenes contra el pueblo cubano. Tampoco a quienes para robar embarcaciones y emigrar ilegalmente cometieron asesinatos y fueron recibidos como héroes en Miami.
Estados Unidos es el país que con mayor fuerza ha recurrido al terrorismo de Estado para imponer sus designios al resto del planeta. Baste la larga lista de atentados contra Fidel Castro, amén de otros planes y ataques contra Cuba, incluida la guerra bacteriológica.
La Agencia Central de Inteligencia y el Pentágono han armado y financiado a grupos terroristas en todo el mundo. Desde las bandas contrarrevolucionarias en Nicaragua hasta la propia Al Qaeda, cuyo surgimiento fue alentado desde Estados Unidos para oponerlo a la Unión Soviética.
No cabe dudas de que corresponde a EE.UU el sitial de honor en cuanto a actividades terroristas contra terceros países. Díganse los ataques con aviones no tripulados en Paquistán, que han cobrado la vida a miles de civiles. Esa es otra lista, de la que en Washington se hacen de la vista gorda.

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