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La destructiva fuerza del dinero

12 de julio de 2016

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Bastó que Gran Bretaña rompiera con la Unión Europea –no muy ampliamente y en un proceso que durará dos años, por lo menos– para que Berlín se enfureciera y advirtiera con serias consecuencias económicas, bajo el amparo de sus poderosos bancos.
No sé si los británicos darán marcha atrás, atemorizados por posibles obstáculos que les hagan bajar su calidad de vida, además de que muchos de los votantes por el Brexit fueron influenciados por una ultraderecha que se amplia por todo el denominado Viejo Continente con sus fuertes tintes racista y antiinmigratorio.
No vamos a escribir más de las interioridades del Brexit (British Exit) que llevaría un análisis muy amplio y aún incompleto, sino del carácter hegemónico de esta Alemana que, sin bombas nucleares, porque no se lo permiten desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial, controla económicamente una Unión Europea hecha a su medida, y que castiga cruelmente a los pueblos de las naciones que intenten aligerar la carga de una deuda externa que siempre será impagable.
Se fue a bolina aquellos sueños de pensar en una Unión Europea solidaria, carente de problemas entre sí y, de existir estos, intentar una plausible solución, buena para todos.
Cierto que la UE, antes Comunidad Económica Europea, tiene desde sus inicios el tinte antisoviético y ahora antirruso, pero en todos los tiempos Alemania prevaleció como principal gestor económico, convirtiéndose en juez y parte.
Para ilustrar este hegemonismo de Alemania, es bueno citar el clásico ejemplo griego, en el que los bancos alemanes encabezaron la lista de beneficiados en el salvataje del capital financiero, en desmedro de los ciudadanos griegos, que cargan con el grueso del esfuerzo económico.
Una frase muy común en Alemania es “no pagaremos por los griegos”. Y si en 70 años la fuerza del dinero reemplazó a la de las armas en Europa, el resultado no es menos mortal para los pueblos, ni menos autodestructiva.
El ataque de poderosos fuerzas geoeconómicas contra Grecia comprendió el doblegar a un gobierno que, apoyado por el pueblo, trató de resistir los embates de una deuda que contrajeron ilegalmente anteriores regímenes.
Esas fuerzas fueron las del descontrolado capital financiero, que sobrepasa ampliamente la dimensión del pequeño país y no responde a la interrogante de quién va a pagar la deuda de la economía mundial, incluyendo la vinculada al salvamento de los grandes bancos en el 2008.
Desde este punto de vista quizás podemos comprender la reacción británica contra una Unión Europea dominada por Alemania, que incluye el cuidado teutón acerca de la interferencia de su aliado norteamericano.
Este espíritu hegemónico, revanchista, que encabezan sus bancos, no exentos de peligro, ya tiene asideros desde que en 1945 la Alemana recién reunificada, logró dar el tiro de gracia a una Yugoslava multinacional y federal, imponiendo a sus socios el reconocimiento de las diferentes repúblicas que la componían.
El resultado fue, en primer lugar, una serie de guerras que sembraron la ruina y la muerte en los Balcanes, pero sin resolver ninguno de sus `problemas, además de la temprana muerte de la balbuceante política exterior de la Unión Europea, y el regreso de Estados Unidos a su papel de amo absoluto del sudeste europeo.
Pero todo parece una simpleza en comparación con lo que puede pasar ahora por la miopía de Berlín y de sus egoístas bancos que lograron doblegar a Grecia y están dispuestos a sacrificar a cualquiera de sus “amigos”, si deciden abandonar los acuerdos de Maastricht, que crearon a la UE, no importa que sea el otrora fuerte socio británico.
Así, se siembra, crece y expande el río revuelto de la inconformidad, el caldo de cultivo donde pesca de la ultraderecha.

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