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La Declaración de La Habana: 55 aniversario

31 de agosto de 2015

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En sus afanes por aislar, agredir y crea las condiciones para destruir y derrotar en el más breve plazo y por todos los medios posibles a la Revolución Cubana, los sucesivos gobiernos imperialistas de Estados Unidos han fracasado en llevar a cabo las más disímiles y criminales estrategias; desde el mismo lro. de Enero de 1959 buscan la manera de eliminar que ese ejemplo de soberanía y justicia se proyecte hacia América Latina y el Caribe.

Como se conoce ampliamente, una etapa inicial de esos frustrados proyectos tuvo como escenario a la desprestigiada Organización de Estados Americanos (OEA), que actuando como verdadero Ministerio de Colonias de Estados Unidos había sido utilizada hasta entonces por los gobernantes de Washington para imponer políticas imperiales en su “patio trasero”, derrocar gobiernos democráticos pero indeseables, propiciar golpes militares y, en definitiva, sostener el dominio yanqui sobre el continente a sangre y fuego.

El triunfo de la Revolución Cubana, sin embargo, marcó un antes y un después en su larga historia de fechorías y América Latina y el Caribe -de una u otra forma y acorde con las características propias de cada país-, comenzaron a mirarse y a sentirse de manera renovada y esperanzada.

Como parte de aquella cadena de agresiones engendrada por el gobierno de Estados Unidos en el seno de la OEA con la complicidad de sus socios más serviles, se concibió la llamada reunión de consulta de Cancilleres efectuada en San José, Costa Rica, durante la última semana de agosto de de 1960.

El propósito nada encubierto de la citada Conferencia era repetir allí los procedimientos ya aplicados anteriormente contra otros gobiernos democráticos y dignos del continente -como en el caso de Guatemala-, con la pretensión de sentar allí en una especie de “banquillo de los acusados” al gobierno revolucionario de Cuba y justificar la agresión militar mercenaria que ya se preparaba.

La fracasada maniobra, que tuvo el correspondiente acompañamiento de la fanfarria mediática por los medios servidores del imperio, fue respondida enérgicamente por parte del pueblo cubano reunido en gigantesca y multitudinaria asamblea general nacional, en la Plaza de la Revolución, una concentración popular histórica, memorable y sin precedentes el 2 de septiembre.

Allí Fidel Castro dio lectura y sometió a aprobación de todos los reunidos, la primera Declaración de La Habana, un documento político latinoamericano y caribeño que por vez primera expresó principios y verdades hasta entonces dispersos y logró reunirlos oportuna y sabiamente, de forma cruenta, precisa y clara para que fuera de la más amplia comprensión de las masas populares.

No es, por supuesto, una receta. Reitera la firme e invariable posición de Cuba y adelanta un análisis de la realidad de América Latina y el Caribe, hecha con total profundidad y visión de futuro que aún hoy, en diferentes condiciones históricas, nos permiten reconocer su certeza y valor y la hacen inolvidable.

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