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La cara oculta de la vida

11 de febrero de 2016

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La información es de esta misma semana y la divulgó EuropaPress: Al menos el 88 por ciento de los hogares del sur de Siria viven en la extrema pobreza, un porcentaje que contrasta con el 5 por ciento que se registraba en esta misma región antes del inicio de la guerra, según un estudio de varias ONG respaldadas por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Se trata de la faceta menos divulgada de la realidad de un país asediado por la muerte; donde Occidente fabricó a grupos llamados opositores al gobierno sirio, convertidos por obra y gracia del dinero y las armas suministradas desde el exterior, en los más violentos exponentes del terrorismo internacional.
“El nivel de vida se ha visto gravemente perjudicado y la situación no se resolverá solo con ayuda alimentaria”, ha explicado Wolfgang Jamann, secretario general de la ONG CARE International.
Dice el citado despacho que el 70 por ciento del empleo estaba vinculado a la agricultura, pero ahora solo el 10 por ciento de los hogares consideran que su principal fuente de ingresos procede del sector.
Otro factor agravante es que ante la falta de acceso al combustible de origen fósil, se han talado al menos la mitad de los árboles productivos para calentar los hogares. El coste del agua se ha multiplicado por diez y el del fertilizante, por 20.
Solo estos datos de EuropaPress serían suficientes para conocer qué está pasando al interior de esa nación árabe, donde la guerra, además de causar más de 250 000 muertos y cientos de miles de heridos, ha obligado a más de cinco millones de sirios a abandonar el país con los peligros adicionales de poder morir en las aguas furiosas de los mares que bordean al continente europeo o ser rechazados y marginados por la Europa civilizada.
Conocer estas realidades hacen más incomprensible aún que la llamada Tercera Conferencia sobre Siria, convocada por la ONU en Ginebra, haya fracasado, sin posibilidad de una solución al conflicto.
Es imposible que a la hora de buscar el fin de la guerra contra Siria, prevalezca, cuatros años después del inicio de la agresión, el pensamiento de Estados Unidos y algunas monarquías del Golfo, más interesadas en derribar al gobierno de Bashar al Assad que en el fin de la hostilidad.
Cuando todo hacía indicar que las continuadas victorias del ejército sirio contra los terroristas del llamado Estado Islámico y otros grupos internos y la solidez de los ataques de la aviación de Rusia contra los mismos enemigos, han ido cambiando el mapa de esa nación árabe, la llamada oposición (léase terroristas) optó por no dialogar, sino exigir la caída del presidente legítimamente electo.
Una pregunta sin respuesta comprensible tiene que ver en cómo, si todo el mundo condena al llamado Estado Islámico, no se constituya un frente común, convocado por Naciones Unidas, para arremeter contra esos terroristas hasta que sean eliminados totalmente de la faz de la tierra.
Mientras esto no se logre, Siria seguirá mostrando su cara oculta de la vida, donde se refleja la pobreza extrema, la atroz muerte de sus hijos por horrendos ataques de grupos de terror; la emigración de millones de sus hijos, y la casi total destrucción de la infraestructura del país.

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