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Intervencionismo y destrucción

28 de julio de 2014

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Evidentemente, en los últimos tiempos el imperialismo norteamericano, -mediante los distintos gobiernos instalados sucesivamente en Washington y su Congreso acompañante,- ha añadido a sus habituales acciones intervencionistas un complemento que sigue a las guerras de agresión: se trata de la destrucción, en la práctica, de cada uno de los países objeto de intervención y agresión.

Afganistán, Libia e Irak resultan claros ejemplos de que la política estadounidense de intervención y agresión no es suficiente si ella no va acompañada de la desestabilización total, la violencia desmedida y sin castigo para los culpables, el caos y la anarquía institucional y el trágico saldo en pérdidas de vidas humanas, junto a la destrucción material que todo eso significa.

En el cumplimiento del plan del Pentágono para apoderarse de siete países del Medio Oriente, -según reveló el general Wesley Clark, ex jefe de esa estructura militar,- han caído ya en la más profunda crisis y amenaza de desintegración los tres Estados arriba mencionados que, valiéndose de disímiles pretextos pero con un mismo propósito, han sido víctimas de agresión e intervención en los tiempos recientes.

Únicamente Siria, que lucha tenazmente por su independencia y soberanía a un elevado costo, parece haberse salvado del proyecto estadounidense que combina la dominación geopolítica con el apoderamiento de los recursos naturales, principalmente energéticos, en la mayor parte posible de esa vasta región rica en petróleo y gas.

No es menos cierto que, -como consecuencia de su propia voracidad,- el gobierno de Estados Unidos se ve colocado en una disyuntiva de difícil solución, pues mientras sus invasiones y guerras originan destrucción, muerte y una muy difícil recuperación económica para los países agredidos, las aspiraciones imperiales de explotación se complican y aún pueden frustrarse ante la barbarie y la ley de la selva por ellos mismos entronizada.

En el caso particular de Irak y Libia, dos de los países con más alto nivel de vida, rápido crecimiento económico y ventajas sociales en el Tercer Mundo, -según todas las estadísticas de Naciones Unidas y sus agencias,- ambos han visto reducidas a cero todas sus posibilidades de desarrollo pacífico, han retrocedido espectacularmente en lo económico y lo social y sobreviven en medio de la guerra civil, sangrientos conflictos étnicos y religiosos, el desorden político total y el derrumbe de las instituciones, incluidas las fuerzas armadas.

En fin, que el balance, -por ahora,- de las intervenciones y agresiones de Estados Unidos y sus socios de la OTAN contra países del Medio Oriente y Asia Central no puede ser más trágico y destructivo y las perspectivas distan de ser mejores si tenemos en cuenta las reiteradas y cotidianas amenazas imperiales.

Intervencionismo, destrucción y muerte es el ofrecimiento desesperado e irresponsable que el gobierno de Estados Unidos y sus socios de la OTAN, sin excluir el impresentable Estado de Israel, hacen a los países de aquella región convertida hoy en objeto prioritario de su codicia.

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