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Inocultable

15 de febrero de 2019

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“Las mujeres no se ven, no se pueden tocar instrumentos musicales ni usar celulares: así se vive en territorio controlado por el Talibán en Afganistán”, dice la British Broadcasting Corporation que, junto con otros medios de Occidente, eluden referirse a la muerte y destrucción que causa la más larga guerra de la historia bélica de Estados Unidos, respaldada al pie de la letra por sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Pero ni la londinense BBC y sus similares al servicio del Imperio pueden ocultar que, luego de 18 años de agresión y ocupación, el 73% del territorio está controlado por los talibanes y grupos afines, quienes incluso rechazaron ataques de unos 3 000 integrantes del terrorista Estado Islámico que llegaron al país con ayuda de Washington, que pretexta combatirlo.

Así, este febrero encuentra una reciente herencia de ataques de la insurrección, que ha ocupado momentáneamente algunas capitales provinciales, dañado a la embajada y bases norteamericanas y vuelto a poner insegura la vida del Ejecutivo y legisladores.

El presidente norteamericano, Donald Trump, había indicado en enero que se retirarían algunas unidades, pero en febrero volvió a enviar soldados a la nación centroasiática, donde hay actualmente unos 14 000, principalmente para proteger los diversos medios de aviación, que es el principal instrumento de devastación utilizado por Estados Unidos, que ya ha perdido más de 4 000 hombres, sin contar los heridos, muchos de ellos mutilados, y un gran número víctimas de trauma, debido a los horrores que pasaron o hicieron pasar.

 

 

Confirmación

Desde la invasión estadounidense en el 2001, Afganistán nunca había sido tan inseguro como ahora para los agresores y sus alabarderos. El Talibán controla más territorio que en ningún otro momento desde la caída de su régimen, y con el paso del tiempo, el conflicto no solo se ha intensificado, sino que también se ha vuelto más complicado.

Los ataques insurgentes son más grandes, frecuentes y mortales. Así se pudo comprobar en Ghazni, ubicada en una ruta clave al sur de Kabul, la capital, y en Farah, en el oeste, de donde no han podido ser desalojados.

Las propias fuentes occidentales reconocen que a pesar de que la aviación causa muchas bajas a los combatientes, sin mencionar las muertes de civiles, los opositores no se renden y tienen una moral alta, en tanto aumenta el número de reclutamientos y ocupación de armas y vehículos del ejército local, al que Estados Unidos le ha dado la ingrata y peligrosa tarea de librar los combates terrestres.

Gran parte de provincias como Helmand y Kandahar –donde cientos de soldados estadounidenses, británicos y de otros países fueron muertos– están ahora bajo control del Talibán.

Naciones Unidas informó que las víctimas civiles a causa de los ataques aéreos de la OTAN fueron más de 10 000 en el 2017, aumentaron en un 38% en el 2018 y se espera que sea mayor este año.

Para distraer a la opinión pública, Trump dijo que se están atacando las bases financieras del Talibán, refiriéndose al cultivo de amapola y al narcotráfico en general, pero no mencionó que el grupo, por cuestiones religiosas, tiene prohibido sacar provecho del sucio y lucrativo negocio, que si lo ha sido por los ocupantes y los entes al servicio de Kabul, como los llamados “Señores de la Guerra”.

Además mencionó que se seguirá presionando a Paquistán para que no ayude a los insurrectos, ni les sirva de base, pero Islamabad respondió que no seguirá siendo más instrumento de represión, y denunció las cada vez más frecuentes acciones bélicas de la aviación estadounidense contra su territorio.

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