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Inmolando al pueblo yemenita

21 de abril de 2015

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Esta malsana costumbre de asesinar yemenitas por las autoridades sauditas de turno no es nada nuevo, al considerarlo un pueblo inferior, con diferentes prácticas en la misma religión musulmana y motivación político-ideológica que puede dañar seriamente la “sagrada” propiedad privada de los más importantes medios de producción.
Así las cosas, la propaganda imperial utilizó primero la calumnia de que los rebeldes huties (y no hutíes) eran en realidad miembros del Estado Islámico –un ente terrorista que Riad ayudó a crear- y, posteriormente, marionetas de Irán, en el preciso momento en que Teherán daba pasos consecuentes en beneficio de su programa nuclear pacífico y lograr el levantamiento de las sanciones occidentales.
El propio Irán hizo una buena proposición de paz, con cese el fuego y diálogo incluidos, y así detener los continuados y crecientes bombardeos aéreos indiscriminados de Arabia Saudita, con la cooperación de naciones afines y el beneplácito y manejo del titiritero mayor, Estados Unidos.
No por gusto Rusia fue la única nación del Consejo de Seguridad que se abstuvo acerca de la condena a la agredida y hoy condenada insurgencia huti.
El fracaso al efecto hizo renunciar al enviado especial de la ONU a Yemen, donde comprobó la catástrofe humanitaria y la enorme destrucción de infraestructuras en uno de los países más pobres del mundo.
Como de costumbre, el Consejo se volvió a equivocar, siempre a favor del Imperio, al solo ordenar a los milicianos chiítas hutíes retirarse de las zonas de Yemen que conquistaron y ceder el poder
Rusia, en definitiva, no pudo evitar lo que se produjo finalmente: la resolución adoptada se utilizó para una mayor escalada del conflicto.
El caso del perro fue sufrido por el secretario general Ban ki Moon, cuando pidió acabar la injerencia militar en Yemen, que enfrenta a una coalición encabezada por Arabia Saudita e integran, además, los Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Catar, Bahrein, Egipto, Jordania, Sudán, Paquistán y Marruecos, con el apoyo político, militar y financiero de Estados Unidos.
Décadas atrás, Riad había pagado con camiones cargados con oro y piedras preciosas a venales jefes tribales yemenitas para que abortara al gobierno revolucionario de la meridional República Popular Democrática de Yemen y a sus aliados de Egipto, que hoy, paradójicamente, es uno de sus cómplices en esta agresión, que coadyuvará, sin lugar a dudas, a justificar el mayor auge del terrorismo.
Considerando lo anterior, lo cierto es que no se puede sostener el pretexto de la reacción de defender al depuesto presidente Mansour Hadi y combatir posiciones de los hutíes, que también son apoyados por la Guardia Republicana.
Miles de muertos, destrucción casi total y el desplazamiento de la mayor parte de la población local es el precio a pagar por el objetivo de la intervención: defender los intereses de Arabia Saudita y Estados Unidos en la región, así como asegurar el control del Estrecho de Mandeb por el que cruzan unos cuatro millones de barriles de petróleo al día, y el Golfo de Adén, paso estratégico desde Europa hacia Asia y el Océano Pacífico.
Lo que es una dicha para algunos, es tragedia para Yemen, al situarse en un lugar de enorme importancia estratégica, en la zona de mayor tránsito petrolero del mundo. Por supuesto que la acción constituye una violación a la soberanía y la autodeterminación yemenita y del Derecho Internacional, ante los ojos casi siempre cerrados de Naciones Unidas.

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