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Imposición maquilera

30 de julio de 2020

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Tanto en China como en Vietnam, la existencia de las maquilas viene acompañada de los derechos sindicales, atención y protección a todo lo que se asemeje a los derechos humanos, así como la permisibilidad de que cada trabajador, generalmente trabajadora, no pierda la perspectiva de que puede alcanzar una educación universitaria.
En este sentido, se difiere del relativo abandono a que se ve expuesta la población maquilera, porque en este mundo globalizado, en el que impera el capitalismo neoliberal, amante de la propiedad privada patrocinada por el Banco Mundial (BM) se elimina a la universidad en países enteros como sucedió hace unos 30 años en Estonia.
El BM considera que en un país periférico o del Tercer Mundo la población debe ser encaminada con predominio de los saberes requeridos para el capitalismo maquilero.
Establecidas en México desde los años 60, las maquiladoras se expandieron con fuerza a finales del siglo XX y este XXI, sobre todo para satisfacer la mano de obra barata necesaria que requiere el acuerdo de libre cambio entre EE.UU., Canadá y México (TLCAN), que entró en vigor en 1994 -que hoy continúa con otro nombre-, mediante el cual las multinacionales de Estados Unidos pueden transferir su producción a las maquiladoras mexicanas.
Aunque el actual gobierno mexicano interviene para humanizar la vida laboral, la mano de obra vive en estado de precariedad y necesidad absoluto, donde el 80% no tiene ningún sindicato y los derechos laborales son casi inexistentes.
De esta manera la relación se establece de tres maneras: precariedad laboral, para satisfacer el abaratamiento y la expansión de la producción de Estados Unidos, dependencia económica y social de México hacia su vecino, de manera que si cae la producción, como ha pasado con las recientes crisis, el desempleo se multiplica; y la contención, a través de la barrera altamente militarizada para mantener la precariedad alejada de leyes y regulaciones más estrictas.
Los estados-nación levantan muros en sus bordes para protegerse del exceso de liberalismo fronterizo. Desde la óptica neoliberal, la pobreza es criminalizada, en este caso en forma de inmigración, que es vista como una amenaza para los países más desarrollados; genera colapso y conflictos, por lo que es necesario invertir millones de dólares para imponer su control, siempre mediante el uso de la fuerza.
En cambio, el flujo de capital no encuentra barreras y se establece legalmente, mediante acuerdos que reproducen situaciones de precariedad.
La situación fronteriza militarizada compone un escenario de apartheid humanitario que no es exclusiva de esta zona geográfica, donde en apenas unos kilómetros convergen dos realidades que se alimentan y repelen a la vez. El estado neoliberal necesita la existencia de la precariedad, pero siempre bajo su control, a ser posible externo a su margen geográfico.
Los estados reproducen en sus fronteras las mismas actuaciones que realizan dentro, entre sus poblaciones: la precariedad es barrida hacia los bordes y las periferias. En este caso las fronteras no existen como tales y son más porosas, por lo que también requieren de militarización y control; agentes de seguridad y antidisturbios.
En fin, este es un tema amplio y de diversas características, fáciles, pero muy extensas en su explicación.
En pocas palabras, para conseguir un empleo con escasa calificación no resulta atractivo gastar tiempo, dinero, recursos y energía personal en estudios largos y complejos. Eso no tiene sentido para el capital dominante, porque con una preparación elemental se puede acceder a un trabajo en la maquila.

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