Historia y realidad
11 de mayo de 2021
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Oficialmente, la policía en Brasil puede usar la fuerza letal solo para enfrentar una amenaza inminente. Pero un análisis de más de centenares de asesinatos policiales en los tan pobres como violentos distritos de Río de Janeiro muestra que los agentes tienen la rutina de matar sin restricciones, protegidos por sus jefes y la certeza de que incluso si son investigados, esto no impedirá que vuelvan a sus rondas.
En muchos de los asesinatos policiales, los fallecidos fueron baleados por la espalda, según los informes de autopsia, lo que hace dudar sobre la inminencia de la amenaza como para justificarlos.
En este contexto, The New York Times investigó 48 casos, en los que solo dos agentes informaron haber sufrido heridas. Uno fue un accidente autoinfligido: sucedió cuando un policía se disparó a sí mismo al fallar su rifle. El segundo fue un oficial que tropezó y cayó.
Pero los tiroteos —incluyendo los que resultaron en las muertes que batieron récords el año pasado, muchas de las cuales ocurrieron en barrios pobres controlados por bandas de narcotraficantes—, generaron relativamente poca indignación entre los brasileños, que normalmente viven asustados por la violencia, y ahora lo están más por una mal atendida pandemia del nuevo coronavirus, que ha provocado más de 400 000 muertes en la nación.
La historia es una, la realidad, otra. Con la muerte de 25 personas hacer unos días en una favela carioca, en la que solo pereció un agente, este año se presenta con una mayor incidencia en este aspecto que en el 2020, donde la policía marcó un record de 1814 asesinatos en la ciudad más emblemática de Brasil.
Un aumento de cientos en un estado con una larga historia de brutalidad policial y un liderazgo político nefasto, representado por el gobernador Wilson Witzel, un ex juez federal que asumió el cargo en enero del 2019. Bolsonaro y él han prometido una guerra total contra los criminales, pero sin mirarse a un espejo.
TIRAR A MATAR
Witzel ha ordenado a francotiradores disparar a sospechosos desde helicópteros, mientras que Bolsonaro ha presionado para proteger a los oficiales que matan, debido a “miedo justificable, sorpresa o emoción violenta”.
Ha dicho que los criminales deben “morir en la calle como cucarachas”, en un país donde reina la impunidad, lo cual otorga a la policía una licencia para matar, dijo Ilona Szabó, directora ejecutiva del Instituto Igarapé, que estudia la seguridad pública.
Muchos agentes de policía apoyaron a Bolsonaro durante su campaña presidencial, quien, subrayamos, junto al gobernador Witzel, prometió una guerra al crimen.
El ascenso de Bolsonaro entusiasmó a muchos agentes de policía en Río. El 41° Batallón de la policía, conocido como el “batallón de la muerte”, ha sido uno de los más violentos en Río de Janeiro desde su creación en el 2010 para reforzar la seguridad en un área con aproximadamente medio millón de personas.
Mucho del territorio del batallón —que incluye 50 favelas— es controlada por dos bandas de narcotraficantes, el Comando Rojo y el Tercer Comando Puro, que a menudo se enfrentan en batallas territoriales.
Los traficantes de drogas ejercen su dominio a través de pagos a la policía y barreras físicas hechas de placas de acero rodeadas de llantas. Incendian los bloqueos cuando una incursión policial parece inminente, retrasando así los vehículos fuertemente blindados que los agentes usan para las redadas.
En 2015, el uso letal de la fuerza del batallón llevó a los fiscales a incluirlo entre los objetivos de una fuerza especial creada para investigar los asesinatos policiales, que disminuyeron en el 2018. Pero en 2019, cuando las prioridades de Bolsonaro quedaron claras, los números volvieron a subir, aumentando en más del 20%, y del 22% en el 41° Batallón.
El capitán Willians Andrade, supervisor de escuadrón en el distrito, al pasar por una favela conocida como “Bin Laden”, por la intensidad de las peleas que ocurren ahí, notó que los adolescentes se unen a las pandillas desde los 14 años, porque tienen poca fe en el sistema educativo y empiezan a ver el narcotráfico como un medio para obtener protección y riqueza.
Los parientes de más de una docena de jóvenes que murieron a manos de la policía en el 2019, dijeron que sus hijos y hermanos también decidieron volverse traficantes de drogas apenas abandonaron la escuela.
Y ahora con Bolsonaro la fuerza laboral brasileña se vuelve más pobre y el sistema de seguridad está sobrecargado, lo que hace aún más problemático el sistema escolar.
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