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Hart: ideas y acción

29 de noviembre de 2017

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En ocasión de hacer el elogio de Armando Hart al otorgársele el doctorado Honoris Causa de la Universidad José Martí de Latinoamérica, de Monterrey, México, el Historiador de La Habana, Eusebio Leal, lo definió justamente cuando dijo: “Cualquier virtud política o filosófica, cualquier filiación de ideas tiene que tener un anclaje en la condición humana y Armando Hart es esencialmente un hombre nuevo…”

Muchas son las razones por las cuales puede calificarse a Hart con la condición de hombre nuevo. Sin embargo, pienso que una de las más sobresalientes –y no por gusto una de las más resaltadas en estos dolorosos días– es la acertada y poco común combinación de hombre de ideas y hombre de acción, todo en una sola y vibrante pieza.

Es un caso infrecuente de intelectual relevante, fogoso y elocuente orador, organizador político, divulgador constante y promotor cultural, que puso su sabiduría y su energía a disposición de la causa de los pobres de la tierra a partir de su entrega sin límites a la Revolución Cubana, al pensamiento de Fidel Castro –a quien consideró su guía y maestro, compañero y amigo–, a los pueblos de América Latina y el Caribe y a la humanidad entera.

Fue un brillante Ministro de Educación, sin ser pedagogo ni maestro. Dirigió la campaña de alfabetización y las reformas de la enseñanza primaria y superior, entre otros logros. Fue un relevante y trascendental Ministro de Cultura, sin ser escritor ni artista. Ello se explica porque en todo momento, desde los más complejos, fue un martiano, un marxista y un fidelista verdaderamente cabal que supo actuar en consecuencia, sin prejuicios ni fundamentalismos estériles, con firmeza y principios.

Quienes tuvimos la oportunidad de contarnos entre sus colaboradores en diversas etapas, lo vimos como “radical y armonioso” –según la definición de José Martí– como ejemplo de austeridad y modestia. De una manera natural sin proponérselo o sin darse cuenta, su actuación histórica fue un reflejo del concepto de Revolución que Fidel nos legó.

No fue un teorizante ni un discursero: sus aportes al pensamiento y a la obra patriótica, revolucionaria y socialista que desarrolló con lucidez hasta el último aliento, representan herencia valiosa y asidero oportuno en los momentos actuales, particularmente para las nuevas generaciones con las que estableció un diálogo fecundo y esclarecedor.

Uno de los más importantes –a nuestro juicio– fue su interpretación atinada y oportuna de las causas que motivaron la debacle del campo socialista europeo, sus posibles consecuencias inmediatas y la certeza de que la Revolución Cubana resistiría heroica y exitosamente los nuevos desafíos que le esperaban.

Como parte de “la cultura de hacer política”, a la que tanto se refirió, fue un convencido y un militante de la unidad y así lo demostró consecuentemente en su vida de dirigente político; fue un hombre de consenso, apegado al cumplimiento de la ley, al Derecho y la juridicidad.

Hart no se ha ido, porque nos queda su obra monumental y diversa como un llamado a la acción, siempre presidida por la ética y la cultura, cuya categoría primera –según reiteraba– es la justicia.

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