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Halitosis de Rajoy en Fukushima

10 de diciembre de 2013

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La revelación de que son 18 y no ocho los niños con el infrecuente cáncer de tiroides como, al parecer, se trató de ocultar; y la nueva fuga de agua radiactiva en la central nuclear de Fukushima son hechos del mismo problema del terremoto y tsunami del 11 de marzo del 2011 en la prefectura homónima del nordeste de Japón, menos de una semana después que el primer ministro español, Mariano Rajoy, visitara el lugar y dijo estar maravillado de cómo se había superado el problema y la normalidad existente allí, y aseguró que no había nada que temer.
Rajoy, que sin accidente nuclear o natural tiene a su pueblo pidiendo el agua por seña, no era, por supuesto, el más indicado para hablar sobre el lamentable hecho –aunque sí para mentir festinadamente- , ocurrido en una nación que, hay que reconocerlo, está muy bien preparada para hacer frente a los terremotos.
Sus edificios aguantaron los interminables minutos que duró el sismo y las seis réplicas de magnitud  igual o superior a 7 en la escala de Richter o las más de 600 de magnitud superior a 5 que se han producido desde entonces. Pero el tamaño del tsunami superó las previsiones.
Es difícil saber qué impacto tendrá a largo plazo en Japón lo ocurrido, pero la catástrofe ha forzado la revisión completa de sus políticas energética y medioambiental, y ha hecho preguntarse a muchos japoneses sobre su estilo de vida.
Exámenes médicos llevados a cabo en la prefectura de Fukushima, han revelado el ya citado problema con los niños, por lo menos nueve veces mayor que lo normal, mientras que otros 25 podrían padecer esta enfermedad, según ha informado la televisión pública NHK.
Hasta ahora, solo se habían previsto efectos entre los empleados que estuvieron trabajando en la planta y, de hecho, cuando se dan las cifras de víctimas del tsunami, todas —más de 15.000— se atribuyen al tsunami y, a diferencia de lo que pasó en 1986 en Chernóbil, ninguna a la radiación.
Al mismo tiempo, trabajadores de la planta nuclear detectaron una nueva fuga de agua radiactiva en una de las áreas destinadas a los tanques para almacenar el líquido que se usa para refrigerar los reactores. Técnicos de la accidentada planta encontraron la filtración cerca de una de las barreras que rodean una zona de contenedores junto al reactor 4 y trataron de contenerla con sacos de arena.
La fuga produjo un charco en el que se detectaron unos 140 becquereles por litro de estroncio radiactivo, algo extremadamente superior a lo normal, un peligro que algunos representantes de la operadora de la central, Tokyo Electric Power (TEPCO), trataron de minimizar, al asegurar que esta agua no había llegado hasta ninguna zanja ni desagüe que conduzca al mar. Explicaron también que la fuga se produjo cerca de una válvula de drenaje, pero que ésta permanecía cerrada, por lo que se investiga el origen de la filtración.
Lo cierto es que ingenieros reconocieron que todavía hay juntas defectuosas en la barrera que rodea el área de almacenamiento, que fue levantada a base de bloques de hormigón unidos mediante soldadura o fijaciones metálicas. En este contexto, uno de esos tanques dejó escapar en agosto pasado 300  toneladas de agua muy tóxica, parte de la cual fue a parar al mar.
Desde entonces, y a pesar del aliento (¿mal aliento?) dado por Rajoy, TEPCO intenta reemplazar lo antes posible todos los contenedores del mismo modelo que esa unidad defectuosa, ya que este tipo de tanque fue construido de manera más rápida y económica,  y sus juntas están unidas con resina en vez de soldadura.
Apunta el diario español El País que controlar las fugas de estas cisternas y del líquido contaminado que se acumula en los sótanos de los reactores, suponen el principal desafío para los 3 500 técnicos de la planta.
Se cree que la central vierte diariamente unas 300 toneladas de líquido radiactivo al mar, a causa del agua que se estanca en las bases de los edificios, producto de las filtraciones del refrigerante que se usa para mantener fríos los núcleos atómicos y de los acuíferos naturales que penetran a su vez en los sótanos.
Las emisiones contaminantes mantienen evacuadas a más de       52 000 personas que vivían junto a la central y a unas 290 000 algo más alejado, además de afectar gravemente a la agricultura, la ganadería y la pesca local.
Grave situación para una nación que ha vivido tragedias derivadas de la contaminación radiactiva, desde que dos de sus ciudades fueran sin justificación bombardeadas atómicamente hace más de 68 años por Estados Unidos, con efectos que aun continúan costando vidas.

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