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Haití: en el Caribe y bajo la codicia imperial

15 de abril de 2024

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Para los países del Caribe, tanto insulares como ribereños, la gravísima situación que se ha instalado en Haití, desatada a raíz del asesinato aún no suficientemente esclarecido de su Presidente -en el interior de su propia residencia y de la habitación en que dormía- requiere una cuidadosa observación para determinar los verdaderos orígenes y móviles y actuar en consecuencia con pasos firmes y consensuados, que no sean contraproducentes ni contradictorios.

Una primera e insustituible consideración que salta a la vista es evitar la injerencia directa o cualquier grado de intervención por parte de potencias extranjeras, siempre con objetivos de opresión, dominación y hegemonía sobre los legítimos factores nacionales y la población en general, como queda claro en Haití.

En este sentido, el gobierno imperialista de Estados Unidos puede ser señalado justamente como principal sospechoso, teniendo en cuenta los antecedentes y la larga historia de intervención y ocupación que el país imperial ha acumulado sobre la pequeña Haití en diversas etapas y alegando los más variados pretextos.

Estados Unidos ha actuado sobre Haití como potencia interventora y esa injerencia es precisamente una de las causas históricas de la inestabilidad, las tiranías y las constantes perturbaciones que han prevalecido sobre esa nación sufrida que, -no podemos olvidar,- fue la primera república independiente del nuevo continente y de Nuestra América en el lejano 1804, procediendo de hecho a la precursora abolición de la infame esclavitud. Ese solo hito y la posterior ayuda del inolvidable Petión a Simón Bolívar en los momentos más difíciles de las luchas por la independencia americana, hacen merecedora a Haití de la gratitud y el reconocimiento eternos de la Patria Grande y sus hijos.

En medio de la situación de caos y crimen que sume al país, especialmente a la capital Puerto Príncipe, la Comunidad del Caribe (CARICOM), de la cual Haití forma parte, decidió conducir los acontecimientos que pudieran hacer llegar, primeramente, a un cese de la violencia sangrienta y armada de las pandillas y con posterioridad a un ordenamiento constitucional y pacífico que facilite la elección de un nuevo gobierno.

Para lograrlo, CARICOM ha planteado el nombramiento de un Consejo Presidencial de Transición de siete miembros y la designación de un Primer Ministro interino, para lo cual se obtuvo la renuncia de Ariel Henry, quien la había dilatado por varias semanas a pesar de reiteradas demandas de todo tipo.

Por otra parte, el accionar de las pandillas no ha cesado y se espera la llegada de las fuerzas policiales conveniadas con Kenya mediante la ONU, así como otras fuerzas caribeñas y africanas, para restablecer el orden público y poder iniciar la ansiada transición en condiciones de paz.

Aunque se han dado algunos pasos concretos, la incertidumbre no ha cesado; va siendo claro que la extrema pobreza, desastres naturales y epidemias, la desatención social y la inercia institucional se unen al narcotráfico internacional y al tráfico de armas procedentes de Estados Unidos para, entre todos, conformar la terrible situación que hoy confronta la primera república independiente de Nuestra América, en pleno Caribe y bajo la codicia imperial.

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