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Hacia la debacle ambiental

29 de octubre de 2013

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Crisis política y económica, hambruna ligada a sequías e inundaciones, todo, directa e indirectamente, está vinculado a la depauperación medioambiental, en la que Estados Unidos tiene la mayor responsabilidad.  “Como norteamericano, estoy apabullado, avergonzado y desconcertado por la falta de liderazgo de mi país frente al calentamiento global. La evidencia científica sobre los riesgos aumenta día a día… pero los norteamericanos muestran muy poca voluntad o inclinación para atemperar su consumo maníaco”, lamenta Kenneth Rogoff, profesor de Economía y Política Pública en la Universidad de Harvard.
Las abusivas agresiones de Estados Unidos y sus aliados, la crisis generada por el neoliberalismo y otros males inherentes a lo anterior ocupan de forma tergiversada el mayor volumen de las informaciones en el mundo, y dejan poco espacio a algo que amenaza al planeta desde hace tiempo y que en este 2011 se subrayó apocalípticamente: La destrucción de la capa de ozono –protectora de la Tierra- en el Ártico alcanzó niveles sin precedentes la pasada primavera, con un 80% de reducción de este gas entre los 18 y los 20 kilómetros por encima de la superficie, según el Instituto español de Técnica Aeroespacial, que junto a otras 18 instituciones científicas detectaron el fenómeno.
Generalmente, la destrucción de ozono en la Antártida es de dimensiones mucho más significativas que en el Hemisferio Norte, debido a que en el Sur se acumulan temperaturas mucho más frías, que dan lugar a que el agujero de ozono sea mucho mayor.
El hecho de que las temperaturas en la estratosfera ártica sean más cálidas limitan el área y periodo durante el cual se producen las reacciones de destrucción de ozono, por lo que en la mayoría de los años el agujero de la capa de ozono es en torno a un 40% menor en el Ártico que en la Antártida.
Sin embargo, los datos diarios de mediciones de ozono de las 40 estaciones del Hemisferio Norte y las de los satélites estadounidenses Aura y Calipso ponen de manifiesto que esta primavera la destrucción de ozono ha sido máxima sobre el Ártico, alcanzando dimensiones similares a la de la Antártida, porque su periodo de bajas temperaturas duró 30 días más que un invierno normal.
Los científicos apuntan a que el descenso de las temperaturas estratosféricas podría estar asociado al cambio climático, ya que parece que el aumento de gases de efecto invernadero hace que la estratosfera esté más fría de lo normal.
La consecuencia más evidente de que el agujero de ozono Ártico haya sido importante este año es el aumento de radiación ultravioleta, que afecta de manera adversa a los seres vivos; así como un desequilibrio en el balance energético de la atmósfera, ya que el ozono es un gas con una gran capacidad de absorción de la radiación solar.
El hallazgo muestra que el agujero se abrió sobre el norte de Rusia, zonas de Groenlandia, y Noruega, lo que significa que esas áreas probablemente hayan estado expuestas a altos niveles de radiación ultravioleta.
Ello ocurre cuando Estados Unidos hace caso omiso del Protocolo de Kyoto y sigue siendo el principal responsable de casi el 25% del envenenamiento de la atmósfera, y la Europa industrial aumentó otro 9% su emisión de gases, por lo cual no se puede culpar a los países subdesarrollados, como pretenden, de que los bosques desaparezcan, los desiertos se extiendan, miles de millones de toneladas de tierra fértil vayan a parar cada año al mar y numerosas especies se extingan.
Cierto, la presión poblacional y la pobreza conducen a esfuerzos desesperados para poder sobrevivir a costa de la naturaleza, y por ello no es posible responsabilizar de esto a los países del Tercer Mundo, colonias ayer, naciones explotadas y saqueadas hoy por un orden económico mundial injusto.
Estados Unidos condiciona un cambio de postura a que se obligue a China a tomar medidas descontaminantes. Sin embargo, especialistas, entre ellos norteamericanos, han elogiado los esfuerzos de Beijing sobre el particular, al separar el crecimiento económico del uso de la energía y logrado la reducción de emisiones.
El Protocolo de Kyoto, que entró en vigor el 16 de febrero del 2005, impone a las naciones industrializadas límites obligatorios de emisiones de gases de efecto. En su momento fue firmado por el   entonces presidente, William Clinton, pero el Parlamento lo desaprobó. En este contexto, analistas de la agencia noticiosa alemana DPA consideran que el actual mandatario, Barack Obama, también tiene las manos atadas, como en otras cuestiones en las que solo predomina la voz del complejo militar-industrial. Aunque hizo más al respecto en los primeros ocho meses de su mandato que Bush en sus ocho años como presidente, no ha podido lograr sustanciales avances, ni que la sociedad norteamericana -aquejada por tantos problemas- dé real importancia al cambio climático.
Ello impide una rápida solución, que no puede ser a costa del desarrollo de los más necesitados. El intercambio desigual, el proteccionismo y la deuda externa agreden a la ecología y propician la destrucción del medio ambiente, también víctima del consumismo desenfrenado del llamado Primer Mundo.
No son meras palabras. Sin la firma y el compromiso del mayor país contaminante del mundo, el Protocolo de Kyoto y todo acuerdo posterior apenas tendrán valor. Vean: Estados Unidos debería haber reducido la emisión de gases de efecto invernadero hasta el 2012 en un 7%. Pero ya en el 2005 lo había aumentado en un 16%, y seguía creciendo. Todo un ejemplo de que no tiene la decisión de pagar la deuda ecológica de un mundo caótico que necesita orden para que la Naturaleza no sea destruida.

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