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Guerras de agresión: ¿convencionales o no con convencionales?

19 de mayo de 2014

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Según historiadores y especialistas dedicados al tema, todo indica que la guerra de agresión lanzada por Estados Unidos a comienzos de la década de los 60, -más específicamente contra la región sur de Viet Nam en la península indochina,- puede considerarse como el comienzo de la puesta en práctica de los conceptos elaborados por el Pentágono en cuanto a la llamada guerra no convencional. Viet Nam constituyó el escenario ideal para la aplicación y la verificación práctica de estos conceptos, -aunque algunos de ellos históricamente ya conocidos,- pero nunca antes llevados a cabo con tanta masividad, recursos tecnológicos y económicos, encabezados por la potencia estadounidense.

No obstante la derrota sufrida a manos de las fuerzas patrióticas vietnamitas, es indudable que la guerra de agresión contra ese país asiático brindó a los planificadores militares de Estados Unidos la oportunidad de reunir experiencias y extraer algunas conclusiones en la búsqueda de nuevas variantes que ayudaran a evitar semejantes descalabros en las próximas campañas punitivas del Imperio que seguramente vendrían.

En los últimos cincuenta años los distintos gobiernos de Estados Unidos se han involucrado en sucesivas guerras y campañas de agresión en las más diversas y distantes regiones del mundo y han debido adaptar sus concepciones y métodos de agresión e intervención a las cambiantes realidades del planeta, que han evolucionado desde el idílico mundo unipolar de los 90 (cuando Estados Unidos se vio dueño absoluto) hasta el complejo mundo multipolar de hoy, cuando el Imperio muestra síntomas evidentes de decadencia y se aferra peligrosamente a su poder hegemónico.

En ese sentido, y dentro de los propios criterios de la guerra no convencional, han aparecido variantes para llevarla a cabo mediante la participación de países aliados y de grupos mercenarios locales, extranjeros o ambos a la vez. Son fundamentales para ello las alianzas militares controladas por Washington, como se ha demostrado en el caso de la OTAN, y otros acuerdos de menor visibilidad pero de no poca importancia como los que enlazan a Estados Unidos con Gran Bretaña, Canadá, Australia y Nueva Zelandia en el campo de la inteligencia.

Al parecer, los golpes directos recibidos y las bajas acumuladas por las fuerzas estadounidenses durante las guerras de agresión contra Irak y Afganistán, -esta última prolongada durante más de diez años,- contribuyeron a afianzar la visión no convencional que puede aplicarse tanto para el sostenimiento de un régimen pro yanqui e incondicionalmente asociado, como para poner en práctica la llamada doctrina del “cambio de régimen”, contra gobiernos y países que se nieguen a seguir los dictados estadounidenses, tanto en lo interno como en lo externo.

En ambas variantes, la guerra convencional del imperialismo cuenta ya con los manuales y circulares suficientes que, -al menos teóricamente,- pretenden regular y organizar las distintas fases de la agresión, cuya esencia consiste en la erosión y desgaste del objetivo mediante el uso simultáneo y sostenido de diferentes vías: militar, terrorista, sanciones políticas y económicas, campañas mediáticas, golpes aéreos limitados, acusaciones falsas, etc.

Aunque en distintos escenarios y con diferente magnitud, -según las características de cada caso,- no cabe duda de que el mundo vive hoy la llamada guerra no convencional como la forma fundamental de confrontación lanzada por Estados Unidos mediante sus serviles asociados, al menos por el momento.

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