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Guerra sin fin

18 de mayo de 2015

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Parece que fue ayer, pero ya han pasado exactamente 34 años desde que Estados Unidos publicó en 1980 su Informe Global 2000, que continua muy vigente en este 2014 con las agresiones bélicas imperialistas contra quienes estimaba podrían socavar sus intereses.
Los sospechosos y todavía nunca aclarados atentados a las Torres Gemelas neoyorquinas y el Pentágono, el 11 de septiembre del 2001, fueron los pretextos para justificar, dentro del contexto de su propia seguridad, sus intervenciones sobre todas las latitudes, en lo que consideramos el fraude más grande montado contra quienes se resisten a ser sus esclavos.
Es decir, “una guerra mundial contra el terrorismo”, que, según Granma, constaba de cuatro elementos principales en su estrategia de conquista y dominación del mundo:
A) El control de la economía mundial y los mercados financieros; b) la mano puesta sobre todos los recursos naturales (materias primas y recursos energéticos) neurálgicos para el desarrollo de sus bienes y su poder en la perspectiva de las actividades de las corporaciones multinacionales; c) la tutela de todos los miembros de la Organización de las Naciones Unidas y d), la conquista, la ocupación y la vigilancia de estos elementos, gracias a una red de bases o instalaciones militares que cubren el conjunto del planeta (continentes, océanos y espacio ultraterrestre).
Como se puede apreciar, se trata de un imperio donde es bien difícil determinar su amplitud, y que no tiene en cuenta el presupuesto militar acordado anualmente, porque la infinidad de gastos secretos, legales o no, es ilimitado.
No obstante, las pérdidas de riqueza y el propio costo de las guerras perpetuas -no obstante representar sus mayores ingresos- han erosionado las bases en que está construido.
Si el actual gobierno de Barack Obama no logra su pretendido cambio radical en la composición del Estado imperial y una reorientación de sus prioridades para situar la expansión económica en el centro de las mismas, proseguirá un declive que puede deslizarse hacia una confrontación nuclear.
Fíjense si es así que el imperialismo ha seguido interviniendo en guerras y confrontaciones perdidas, priorizado sanciones y mantenido –a pesar de avances diplomáticos- los conflictos con
Rusia, Irán y Siria, lo cual le restringe la profundización y ampliación de sus lazos económicos con Asia, América Latina y África.

 

PROPÓSITO NO LOGRADO

Aunque fue una pérdida terrible en su momento para los revolucionarios consecuentes y honestos de todo el mundo, la conquista política y económica de Europa del Este y partes de la otrora Unión Soviética ya no tiene esa importancia, porque el Imperio quiso más y no se salió con la suya.
Las guerras perpetuas perdidas en el Medio Oriente, el norte de África y el Cáucaso han mermado la capacidad del estado imperial para llevar adelante la construcción del Imperio en Asia y América Latina.
La toma del poder en Ucrania por los fascistas apoyados por militaristas proestadounidenses, y las sanciones a Moscú han erosionado el lucrativo comercio y las inversiones de la Unión Europea en Rusia.
Bajo la tutela del Fondo Monetario Internacional (FMI), la Unión Europea y Estados Unidos, Ucrania se ha convertido en una economía fuertemente endeudada, al borde de la quiebra, dirigida por cleptócratas totalmente dependientes de los préstamos del extranjero y la intervención militar contra una poderosa rebelión antiimperialista dirigida por milicias armadas en el Este (Donetsk y Lugansk) y la aniquilación de la economía ucraniana.
En resumen, el control militar del Estado imperial ha conducido a largas y costosas guerras imposibles de ganar que han debilitado los mercados y los proyectos de inversión de las multinacionales estadounidenses, al tiempo que ha aumentado la lista de países inviables, inestables y caóticos que escapan a su control.
La invasión de Libia por Estados Unidos y la Unión Europea destruyó la economía y supuso la pérdida de miles de millones de dólares en inversiones de las multinacionales y la interrupción de las exportaciones.
La política estadounidense de sanciones a Irán no ha logrado debilitar el régimen nacionalista y, en cambio, ha cercenado las oportunidades económicas de todas las grandes multinacionales del petróleo y el gas de Estados Unidos y la Unión Europea, así como las de los exportadores de artículos de fabricación estadounidense. China ha ocupado su lugar.
El apoyo estadounidense a la agresión israelí contra el Líbano ha hecho que aumente el poder de la resistencia armada antiimperialista de Hezbolá. El Líbano, Siria e Irán constituyen en este momento una alternativa seria al eje de Estados Unidos, la Unión Europea, Arabia Saudita e Israel.
El estado imperial estadounidense y la Unión Europea, junto con Arabia Saudita y Turquía, financiaron milicias mercenarias islámicas para invadir Siria y derrocar al régimen secular, nacionalista y antisionista de Bachar al Assad.
La guerra imperial abrió la puerta para que las fuerzas islámicas-baazistas del Estado Islámico- se extendieran hasta Siria. Los kurdos y otros grupos armados les arrebataron territorio y fragmentaron el país. Después de casi cinco años de guerra y crecientes costos militares, las multinacionales de Estados Unidos y la Unión Europea se han quedado fuera del mercado sirio.
Ahí está el ejemplo de Iraq: la invasión y los diez años de ocupación por el Estado imperial diezmaron la economía del país, y fomentó la sangrienta y actual confrontación etnico-religiosa. El Imperio se vio forzado a volver a entrar y participar directamente en la contienda, que no solo ha obstaculizado la explotación del petróleo, sino que ha obligado al Tesoro de Estados Unidos a vertir decenas de miles de millones de dólares para sostener esa “guerra sin fin”.

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