Geografía desde la Casa Blanca
3 de marzo de 2025
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No conforme con pretender dirigir y gobernar al mundo en cuanto a la política, la economía, y demás aspectos relacionados con la sociedad humana en sus múltiples visiones e interpretaciones, el excéntrico mandatario del imperio yanqui -que hoy ocupa la Casa Blanca- se introduce también en el terreno de la geografía.
Desconociendo e ignorando todas las regulaciones y reglamentos internacionales vigentes a ese respecto -como ha hecho con muchos otros- se introduce en la vertiente de los nombres geográficos de manera absurda, anticientífica y presumiblemente enajenada, proponiendo hacer efectivo por su sola decisión que el Golfo de México cambie su nombre y se convierta en Golfo de América, o sea, Golfo de Estados Unidos de América.
Tal desatino, convertido en una orden presidencial ejecutiva a la que se aspira otorgar el carácter de úkase mundial, comenzó ya a regir con pretensiones de que sea aceptada más allá de las fronteras estadounidenses.
Dicen que el mandatario yanqui preguntó sobre quién le había otorgado al importante enclave geográfico el nombre de México. Puede responderse a su ignorancia que fue el navegante español Sebastián de Ocampo, cuando el territorio mexicano era aún colonia de España.
Más tarde, cuando México conquistó su independencia, mantuvo esa denominación y así fue reconocido por los organismos mundiales y de Naciones Unidas que rigen esas denominaciones.
Una parte de las costas mexicanas ribereñas con el Golfo formaron parte del medio millón de kilómetros cuadrados que Estados Unidos robó a México en la guerra de conquista de 1845 y hoy comprenden a los estados de Arizona, Nuevo México y Texas. Mediante ese robo y guerra de conquista fue que llegó Estados Unidos a las costas del Golfo de México, que actualmente debe compartir.
Según la legislación internacional vigente en cuanto al Golfo de México, hoy comparten la jurisdicción sobre sus aguas México, Estados Unidos y Cuba, en distintas proporciones explícitamente regulada la ley.
No es nada sorprendente, por tanto, que ese pedazo de mar lleve el nombre legítimo de México. Al improvisado geógrafo de la Casa Blanca no lo absolverán, en este caso, ni la historia ni la geografía.
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