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Fundamentalismo sin fundamento

25 de marzo de 2013

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La creciente manipulación mediática de la reacción occidental hace asociar la palabra fundamentalismo con grupos islámicos que siembran el terror y la muerte, desviando la atención de  su procedencia original y aún latente, como lo demuestran la repetitiva quema del Corán por soldados norteamericanos en Afganistán y antes por un pastor en Miami.
“Profanar el Corán es un acto de intolerancia extrema”, dijo el presidente norteamericano, Barack Obama, en un comunicado, aunque luego matizó que “atacar y matar a gente inocente en respuesta a este acto es indignante y supone una afrenta a la decencia y la dignidad humanas”. De por sí admitió el hecho de “quién tiró la primera piedra”.
Antecedentes del fundamentalismo, lo encontramos en la llegada de los primeros peregrinos a América del Norte, toda una cohorte basada en el puritanismo, dedicada a extirpar lo que consideraba el mal, es decir, expulsar o aniquilar a los aborígenes que osaran impedir la ocupación. Tal acción es celebrada anualmente en Estados Unidos con el Thanksgivingday o Día de Acción de Gracias, el cuarto jueves de noviembre.
Aunque existen fundamentalismos políticos, filosóficos, etc., lo que descuella es el religioso (islamismo, protestantismo, judaísmo, catolicismo ultra-conservador), con su característica principal: la falta de apertura con respecto a las demás ideologías
La palabra “fundamentalismo” fue creada por un grupo de evangélicos conservadores, quienes entre l9l0 y l9l5 publicaron en Chicago una serie de folletos llamados “The Fundamentals, a testimonium of the Truth”, y los repartieron en iglesias y lugares públicos de todo el país. Ellos se autodenominaron “fundamentalistas”.
También se usa este término para los neonazis europeos y norteamericanos que cometen actos atroces contra minorías raciales en nombre de un patriotismo exagerado, como el realizado por ultraortodoxos estadounidenses en Oklahoma, durante el gobierno de William Clinton.
El movimiento fundamentalista no desapareció ni con la depresión de los años 30, ni con la Segunda Guerra Mundial, ni en la época de la prosperidad de los años 60, por el contrario, surgió nuevamente en el campo político y religioso en los años 70.
Fue revivido en el tiempo de los presidentes Carter y Reagan  por los predicadores carismáticos de las “iglesias electrónicas” (apoyadas por radio y televisión), tales como Jerry Falwell, con su Movimiento de la Mayoría Moral (“Moral Majority Movement”); Oral Roberts, el fundador de la Universidad del Evangelismo; y Billy Graham de fama internacional.
Esta situación se presentó, además, en países europeos, pero es mínimo si se compara a los dos mandatos de George W. Bush.
Con Bush, la corrección religiosa aparece ejerciendo una poderosa influencia en la sociedad norteamericana. Todo se denuncia: desde la presentación sin vestuario de Janet Jackson hasta el show televisivo “Desperate Housewives” (Esposas desesperadas). Pero lo peor: elige políticos.
El crecimiento del fanatismo religioso como política apareció no sólo en Bush, sino también en la emergencia de una nueva casta de políticos (basados en la fe), elegidos para el más alto nivel de gobierno – auspiciado por medios controlados por corporaciones de intereses conservadores y una creciente base evangélica de fundamentalistas cristianos, es decir, oportunista de derecha.
Los fundamentalistas religiosos más exaltados de Bush  no hicieron más que desdeñar el pensamiento crítico y reforzar formas retrógradas de homofobia e inspirar un militarismo agresivo.
En cuanto al denominado fundamentalismo árabe -el más mencionado por los medios occidentales- este es manejado por Estados Unidos para desestabilizar a sus dos principales enemigos, Rusia y China. Recordemos como la asunción presidencial de Vladimir Putin coincidió con la escalada de acciones terroristas en el sur de Rusia, achacadas a elementos fundamentalistas musulmanes que coadyuvan al propósito imperialista de controlar el Cáucaso Sur, cerrarle a Moscú el paso hacia  Asia Central y desconectar a China de sus más importantes proveedores energéticos.
A pesar de no haber conseguido totalmente sus propósitos en las guerras de agresión a Iraq y Afganistán, el manejo de sus aliados en la de Libia y el apoyo al terrorismo que devasta Siria, EE.UU. no abandona la realización del proyecto intervencionista conocido como Gran Oriente Medio, revelado por fuentes militares norteamericanas en el Armed Forces Journal.
En este contexto la inteligencia norteamericana produjo y manejó lo que se conoce como primavera árabe, con el fin de ayudar a la tambaleante economía norteña a mantener su control sobre los recursos energéticos y proteger sus intereses en Asia y África.
Tema necesariamente largo y aquí inconcluso en que lo principal en estos momentos es tratar de extirpar, por el bien del mundo, todo ese fundamentalismo que prevalece principalmente en lo político, religioso, militar y de mercado en la sociedad norteamericana.

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