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Fracaso estadounidense en Siria

28 de octubre de 2013

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La posibilidad de que el presidente Bashar al Assad aspire a la reelección en unas anunciadas elecciones para el 2014 en Siria señala el fracaso de Estados Unidos en su intento de deponerlo, avalado por una firme actitud de Rusia, que impidió que en esa nación árabe se repitiera el bochornoso capítulo libio.
Hoy solo permanece un portaaviones de los numerosos buques de guerra norteamericanos enviados al Mediterráneo, donde acudieron masivamente otras naves rusas para enfrentar el nuevo intento hegemónico estadounidense, hecho que, sin dudas, llevó al mundo a una situación tan peligrosa como la denominada Crisis de los Cohetes en nuestro país, hace 51 años.
Por supuesto que el Imperio y sus seguidores han seguido promoviendo el financiamiento de grupos mercenarios, incluidos elementos islámicos radicales que han promovido acciones antinorteamericanas, como Al Qaeda y los Hermanos Musulmanes. Así, Washington pretende darle aire a una oposición que desde hace más de dos años ha causado entre 100 000 y 120 000 muertos, millones de desplazados y la desaparición de la mayor parte de la infraestructura del país, como cuando hace unos días destruyó con un misil la planta que suministraba energía  a Damasco, la capital.
Es decir, esta conflagración no responde primordialmente a causas internas, sino a disputas de poder en los ámbitos regional y global, explotada por Estados Unidos e Israel para enfrentar a Turquía, Arabia Saudita y Qatar, con población musulmana sunnita, a Irán, habitada mayoritariamente por musulmanes chiítas, para horadar la creciente fortaleza de Teherán y garantizar la presuntamente amenazada supervivencia de Tel Aviv, siempre dispuesto a bombardear nuclearmente a la nación persa.
Analistas señalan que el empeño de la administración Obama por derribar al gobierno de Bachar al Assad ha sido explícito desde que a principios del 2011 y al calor de la mal llamada “primavera árabe”, apostó por la rápida caída del gobierno sirio, pero la financiación de la dividida oposición exterior siria, dominada por los Hermanos Musulmanes, no dio los frutos esperados.
Tampoco ha funcionado el traspaso de armamento que directa o indirectamente ha hecho llegar a quienes combaten al Estado sirio. En ese empeño EE.UU. ha utilizado a sus peones regionales, las satrapías de Qatar y Arabia Saudí, y al gobierno turco.
Como nada de eso ha resultado y embarcado ya en una competencia abierta con una Rusia históricamente más coherente en su política siria —desde el siglo XVIII mantiene vínculos con el país—, la administración Obama incrementó la ayuda a los grupos terroristas que operan en Siria.
Deseosos de forzar una intervención armada occidental que les permitiera ganar un conflicto que militar y políticamente tienen perdido, los grupos que actúan al este de Damasco colaboraron con Washington en el muy sospechoso episodio del supuesto ataque con armas químicas, nada creíble, porque era infantil pensar su uso por el gobierno sirio, cuando se imponía militarmente en casi todos los frentes y tres días después de recibir a observadores de la ONU que precisamente debían investigar quien las había usado.
Ese tipo de armamento, además, no se suele usar en escenarios como el sirio, en el que los combatientes de uno y otro bando están separados por apenas metros: las armas químicas afectarían por igual a las fuerzas del Estado y a quienes lo combaten.
A pesar de la evidencia, Washington pensó que sería secundado por sus aliados occidentales, pero el pronto rechazo del Parlamento de Gran Bretaña -un aliado hasta ese momento al ciento por ciento -a un ataque contra Siria desnudó la confusión y debilidad del actual liderazgo estadounidense.
Pero también, y es lo más importante, el fracaso estadounidense se debe a que los aliados de Siria, empezando por Rusia y siguiendo por China e Irán, han actuado de principio a fin con coherencia y responsabilidad. Mejor informados, supieron desde el principio que la única alternativa actual a Bachar al Assad era el integrismo islámico radical y violento. Por eso no se han movido de su posición.
A ello hay que añadir la fortaleza del Estado sirio, que ha sorprendido por su capacidad de resistencia. Sometido a una presión brutal por sus muchos enemigos regionales y globales, ha logrado mantener el pulso político y militar. Ambos factores están relacionados y conviene tenerlos en cuenta. Sin respaldo político de la mayoría de la población ningún ejército puede sostener tanto tiempo un desafío como el que enfrenta Siria y su liderazgo.
En Siria, la mayoría de la población ha tenido claro desde el principio, pese a errores que se puedan atribuir al gobierno, que la alternativa era una dictadura islámica contraria a la esencia de la sociedad siria, que es milenariamente multiconfesional, construida por cristianos y musulmanes de muy distintas denominaciones.
Por eso, la posible renuncia de Siria a su arsenal químico no es tan relevante y desnuda la incoherencia y debilidad de una nación que va perdiendo la hegemonía de la que gozó desde la desintegración de la Unión Soviética y el fin de la denominada Guerra Fría.

Arnaldo Musa
La posibilidad de que el presidente Bashar al Assad aspire a la reelección en unas anunciadas elecciones para el 2014 en Siria señala el fracaso de Estados Unidos en su intento de deponerlo, avalado por una firme actitud de Rusia, que impidió que en esa nación árabe se repitiera el bochornoso capítulo libio.
Hoy solo permanece un portaaviones de los numerosos buques de guerra norteamericanos enviados al Mediterráneo, donde acudieron masivamente otras naves rusas para enfrentar el nuevo intento hegemónico estadounidense, hecho que, sin dudas, llevó al mundo a una situación tan peligrosa como la denominada Crisis de los Cohetes en nuestro país, hace 51 años.
Por supuesto que el Imperio y sus seguidores han seguido promoviendo el financiamiento de grupos mercenarios, incluidos elementos islámicos radicales que han promovido acciones antinorteamericanas, como Al Qaeda y los Hermanos Musulmanes. Así, Washington pretende darle aire a una oposición que desde hace más de dos años ha causado entre 100 000 y 120 000 muertos, millones de desplazados y la desaparición de la mayor parte de la infraestructura del país, como cuando hace unos días destruyó con un misil la planta que suministraba energía  a Damasco, la capital.
Es decir, esta conflagración no responde primordialmente a causas internas, sino a disputas de poder en los ámbitos regional y global, explotada por Estados Unidos e Israel para enfrentar a Turquía, Arabia Saudita y Qatar, con población musulmana sunnita, a Irán, habitada mayoritariamente por musulmanes chiítas, para horadar la creciente fortaleza de Teherán y garantizar la presuntamente amenazada supervivencia de Tel Aviv, siempre dispuesto a bombardear nuclearmente a la nación persa.
Analistas señalan que el empeño de la administración Obama por derribar al gobierno de Bachar al Assad ha sido explícito desde que a principios del 2011 y al calor de la mal llamada “primavera árabe”, apostó por la rápida caída del gobierno sirio, pero la financiación de la dividida oposición exterior siria, dominada por los Hermanos Musulmanes, no dio los frutos esperados.
Tampoco ha funcionado el traspaso de armamento que directa o indirectamente ha hecho llegar a quienes combaten al Estado sirio. En ese empeño EE.UU. ha utilizado a sus peones regionales, las satrapías de Qatar y Arabia Saudí, y al gobierno turco.
Como nada de eso ha resultado y embarcado ya en una competencia abierta con una Rusia históricamente más coherente en su política siria —desde el siglo XVIII mantiene vínculos con el país—, la administración Obama incrementó la ayuda a los grupos terroristas que operan en Siria.
Deseosos de forzar una intervención armada occidental que les permitiera ganar un conflicto que militar y políticamente tienen perdido, los grupos que actúan al este de Damasco colaboraron con Washington en el muy sospechoso episodio del supuesto ataque con armas químicas, nada creíble, porque era infantil pensar su uso por el gobierno sirio, cuando se imponía militarmente en casi todos los frentes y tres días después de recibir a observadores de la ONU que precisamente debían investigar quien las había usado.
Ese tipo de armamento, además, no se suele usar en escenarios como el sirio, en el que los combatientes de uno y otro bando están separados por apenas metros: las armas químicas afectarían por igual a las fuerzas del Estado y a quienes lo combaten.
A pesar de la evidencia, Washington pensó que sería secundado por sus aliados occidentales, pero el pronto rechazo del Parlamento de Gran Bretaña -un aliado hasta ese momento al ciento por ciento -a un ataque contra Siria desnudó la confusión y debilidad del actual liderazgo estadounidense.
Pero también, y es lo más importante, el fracaso estadounidense se debe a que los aliados de Siria, empezando por Rusia y siguiendo por China e Irán, han actuado de principio a fin con coherencia y responsabilidad. Mejor informados, supieron desde el principio que la única alternativa actual a Bachar al Assad era el integrismo islámico radical y violento. Por eso no se han movido de su posición.
A ello hay que añadir la fortaleza del Estado sirio, que ha sorprendido por su capacidad de resistencia. Sometido a una presión brutal por sus muchos enemigos regionales y globales, ha logrado mantener el pulso político y militar. Ambos factores están relacionados y conviene tenerlos en cuenta. Sin respaldo político de la mayoría de la población ningún ejército puede sostener tanto tiempo un desafío como el que enfrenta Siria y su liderazgo.
En Siria, la mayoría de la población ha tenido claro desde el principio, pese a errores que se puedan atribuir al gobierno, que la alternativa era una dictadura islámica contraria a la esencia de la sociedad siria, que es milenariamente multiconfesional, construida por cristianos y musulmanes de muy distintas denominaciones.
Por eso, la posible renuncia de Siria a su arsenal químico no es tan relevante y desnuda la incoherencia y debilidad de una nación que va perdiendo la hegemonía de la que gozó desde la desintegración de la Unión Soviética y el fin de la denominada Guerra Fría.

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