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Fin del mito imperial de los “derechos humanos”

25 de junio de 2018

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La supuesta, inventada o prefabricada “violación de los derechos humanos” fue uno de los pretextos más frecuentemente esgrimidos por los diferentes gobiernos

imperialista de Estados Unidos para llevar a cabo las llamadas “intervenciones humanitarias”, con que han impuesto de manera criminal y sangrienta su dictado e intereses geopolíticos y económicos en tierras extranjeras.

Esto se ha hecho cada vez más usual a lo largo de existencias del Imperio –sea cual fuera el partido o tendencia gobernante–, pues resulta consustancial con la forma en que los poderes fácticos imperiales ejercen o tratan de ejercer su dominación bajo las más diversas circunstancias en cualquier región u “oscuro rincón del mundo”, como proclamó en su momento el genocida Bush hijo.

No va quedando ya prácticamente ningún precepto del derecho internacional, ninguna Carta, ningún convenio o acuerdo –incluidos con sus socios y aliados–, que no haya quedado desconocido o hecho trizas, aludiendo los más diversos motivos, por parte de los gobiernos imperialistas de Estados Unidos, convirtiéndose así en una contraparte internacional evasiva y poco confiable desde hace tiempo.

En el tema de los “derechos humanos” Washington construyó una especie de mito que hipócritamente defendía y pretendía hacer valer: el Departamento de Estado, llegando al colmo, hace cada año su particular lista de “violadores” donde según su criterio y propósitos, políticamente motivados, “condena” o “absuelve” al resto de los países del mundo.

Recientes acontecimientos, sin embargo, muestran que la Administración Trump ha decidido hacer brutales correcciones a esa política cínica de por sí y poner fin al habitual doble juego de los gobiernos estadounidenses sobre el llevado y traído tema, que le fuera útil en ocasiones anteriores.

La anunciada retirada de Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, lo coloca de hecho fuera de la ley internacional una vez más –ahora en el tema de los derechos humanos al que tanto apeló el Imperio con anterioridad– y lo coloca también al margen de cualquier señalamiento o sanción en ese terreno, donde pasa a ser un sujeto de conducta irrefrenable y abiertamente delictiva.

La decisión al respecto forma parte de una posición que ya fuera adelantada durante la campaña electoral del actual presidente, en una cadena que comenzó con el Tratado de libre comercio del Pacífico, el Acuerdo de París sobre el clima, el Acuerdo colectivo de limitación nuclear con Irán, la salida de la UNESCO y el final abrupto de la reunión del G-7 en Quebec.

No sin razón hay analistas que atribuyen estas actitudes a satisfacer a la base electoral interna de la actual administración, con vistas a asegurar una alta votación en las elecciones legislativas de Noviembre donde entrarán en juego las actuales mayorías republicanas del Senado y la Cámara, así como acercarse a las posibilidades reeleccionistas del actual mandatario.

Coincidentemente, la salida yanqui del Consejo de Derechos Humanos tiene lugar en los momentos en que el gobierno de este país alude a una llamada política de “tolerancia cero” y ejecuta el masivo secuestro de niños emigrantes en la frontera, separándolos de sus padres y conduciéndolos a centros equivalentes a verdaderos campos de concentración para niños. Algo que el mundo no recordaba desde los tiempos en que las hordas nazis asolaron a Alemania y Europa entera.

El hecho cierto es que el mito imperial de los “derechos humanos” llegó a su fin de la manera más bochornosa y cruel.

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