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Fin del año, no de las protestas

14 de diciembre de 2018

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La “ciudad luz” está más iluminada que nunca este fin de año. Sucede hace más de tres semanas y la mayor “claridad” no responde a equipos eléctricos instalados para dar vida a estos días navideños y no solo es París, aunque ella siempre llama la atención del mundo. También sucede en regiones más apartadas de Francia.

No se trata de un misterio sino que las fogatas esparcidas por toda la ciudad, especialmente en los lugares más céntricos, no se han hecho para calentar a peatones o a los sin casa que pululan en busca de un poco de calor.

Responde a una nueva manera de protestar de los parisinos y en sentido general de los franceses. Son los que se les conoce internacionalmente como los chalecos amarillos.

Prácticamente es una sublevación contra el poder establecido. Cada vez son más quienes portan el nuevo “uniforme” y su presencia en la prensa nacional e internacional los convierte en abanderados de los cambios que exigen.

Desde el 17 de noviembre, cientos de miles de ciudadanos acuden a las demostraciones de los chalecos amarillos y más de cuatro mil 500 fueron detenidos por agentes antidisturbios. Cientos resultaron heridos varios han muerto, reportaba entonces la agencia Prensa Latina.
Los participantes en las protestas comenzaron por expresar su descontento con el alza de los costos del combustible, pero extendieron sus demandas a la reducción de los impuestos en general y el acceso igualitario a la seguridad social.

Algunos quisieron comparar este movimiento de protesta con lo acontecido en agosto de 1968, aunque finalmente ha triunfado el criterio que son dos fenómenos sociales diferentes. En el primero los protagonistas fueron estudiantes y obreros, orientados por sus respectivos líderes.

Las jornadas que ahora estremecen a la sociedad gala comenzaron espontáneamente y han crecido con el apoyo del resto de la ciudadanía. Han puesto en crisis a la sociedad y al propio gobierno.

Luego de cuatro semanas consecutivas de protestas en su contra el Presidente francés declaró a principios de diciembre el estado de emergencia económica y social en el país y anunció varias medidas para intentar aplacar a los descontentos.

Luego de ese período de mutismo, criticado también por la oposición y la opinión pública, comunicó que en 2019 se aumentará en 100 euros el salario mínimo y se disminuirán los impuestos a los jubilados y trabajadores en general, como un intento de terminar con la crisis que al parecer sobrepasará el 2018.

Lo anterior se suma a otros anuncios, como la entrega de estímulos por fin de año, los que estarían exentos de cualquier gravamen, al igual que las horas extras trabajadas.

Para los especialistas tales medidas podrían volverse en contra del propio Macron porque la imagen que dan es la de un gobierno débil ante la insatisfacción ciudadana. A ello se le sumaría el problema económico, que se crearía con el aumento del salario y la anulación de impuestos a las horas extras.

De cumplirse lo evaluado por los especialistas, el Estado tendría que entrar en una fase de austeridad y recortar servicios públicos. Es decir, al intentar resolver un problema lo que hará es generar otro y quizás más grande que el actual.

Se acerca el fin de año pero no el final de las protestas.

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