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Fascista sin disfraz

5 de agosto de 2019

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Aunque mantiene su capacidad de ofender y acusar a los demás de cuestiones inexistentes, pienso que es por su temperamento que no puede disimular y si acaso acallar, pero lo cierto es que en Jair Bolsonaro prevalece la “pureza” de su sucia accionar, en el que nunca retrocedióni un milímetro en sus barbaridades fascistas.
Al igual que Hitler (cuyo programa de gobierno estuvo perfectamente detallado en Mein Kampf) nadie pudo nunca decir que no sabía lo que se proponía hacer; pues si hay un candidato que ha tenido difusión mediáticas en cada una de sus opiniones antiminorías de género, antinegros y mestizos, antiindígenas, antimarxistas, anti-Mercosur y anti-ONU, ese es Bolsonaro.
Al precio de su mandato, habasuavizada el tono, más bien se dio a la callada, mientras sus esbirros políticos comenzaban a sentar las bases para la extrema privatización, que incluye Petrobras, y la depredación neoliberal
Ahora parece en una carrera por emular a su homólogo estadounidense, Donald Trump, quien ha convertido el insulto racista en una estrategia de su campaña para la reelección. El republicano ha alabado a Bolsonaro, calificándolo de “un gran caballero” con el que pretende “trabajar en un acuerdo de libre comercio”.
Como se conoce, este individuo ganó abiertamente unas elecciones presidenciales en las que el único candidato que le podía superar fue encerrado ilegalmente en prisión, gracias a una parafernalia montada por la “justicia”, que tuvo al frente al hoy Ministro de Justicia y aprendiz de tramposo en Estados Unidos, Sergio Moro.
Empero, no todo le ha ido bien, ya que el Senado rechazó por 48 a 28 los decretos sobre el porte y la posesión de armas, anunciados a bombo y platillo por Bolsonaro al inicio de su mandato. En vísperas de la votación y consciente del impacto negativo que tendría en su popularidad, llegó a usar sus redes sociales para pedir a los senadores que no matasen sus decretos.
Ahora enfrenta a todo un mundo por su política de destrucción de la Amazonía, pero a él no le importa, y en sus ocho meses de gobernanza ha anulado los esfuerzos para combatir la tala, minería y explotación ganadera ilegales.
Proteger la Amazonía fue la parte central de la política ambiental de Brasil durante gran parte de las últimas dos décadas. En algún momento el éxito del país al lentificar la tasa de deforestación lo convirtió en un ejemplo internacional de conservación y de los esfuerzos para combatir el cambio climático.
Sin embargo, con la elección de Bolsonaro, quien ha sido multado personalmente por violar regulaciones medioambientales, aunque él ha hecho caso omiso, Brasil ha virado considerablemente, al retirarse de los esfuerzos que alguna vez hizo por reducir el calentamiento global, al preservar la selva tropical más grande del mundo.
Bolsonaro, quien inexplicablemente –diría imperdonablemente– fue muy votado por mujeres y negros a quienes insultó, ya había declarado en su campaña presidencial en el 2018 que las amplias tierras protegidas eran un obstáculo al crecimiento económico, y prometió abrirlas a la explotación para fines comerciales. Ya eso está sucediendo, como otras cosas malhadadas que serán comentadas en próximos espacios.

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