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Fabricando enfermedades

1 de febrero de 2016

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Por estos días se ha detectado un nuevo virus, el del zika, una enfermedad que aun no tiene cura y cuyo peligro mayor es el contagio a las gestantes, por sus graves daños al cerebro del feto. Ante la fuerte pandemia, la Organización Mundial de la Salud alertó a los laboratorios para que se den a la tarea de encontrar un antídoto.
No sé que final tendrá todo esto, pero sí hay que alertar también acerca del posible aprovechamiento que algunas industrias farmacéuticas puedan hacer sobre el particular, luego de los disparatados precios que han alcanzado varios medicamentos, principalmente los relativos al cáncer, en el que una pastilla que se cobraba al ya elevado precio de 15 dólares, se ha disparado hasta llegar a mil, es decir, algo solo alcanzable para la minoría que controla la mayor parte de las riquezas, no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo.
Esto es en lo relativo a las enfermedades ya detectadas, pero que alcanza ribetes escandalosos cuando se conoce que los grandes laboratorios no sólo investigan y fabrican medicamentos, sino también crean enfermedades.
Por lo menos eso prueba el incremento exponencial de síndromes y patologías de los últimos años y los excesivos gastos de marketing y comunicación por concepto del lanzamiento de cualquier nuevo medicamento, que puede llegar normalmente a la cifra de 600 millones de dólares.
Muchas de esas patologías tienen límites confusos, mal definidos, y otras parece que se fabrican con métodos de dudosa calidad científica, lo cual recuerda que hace unas décadas, las compañías farmacéuticas contrataban representantes para sensibilizar a los médicos sobre la prescripción de los nuevos productos, mientras que ahora los planes de los grandes negociantes también incluyen al público en general.
Gracias al marketing, la industria farmacéutica explota los miedos ancestrales a la muerte, como ahora se vuelve a aprovechar del trastorno de déficit de atención o hiperactividad, del síndrome disfórico premenstrual, de la disfunción sexual femenina, de la hipertensión arterial o de la depresión bipolar.
Científicos argentinos han afirmado que esos son casos típicos en el que el mercadeo ha jugado un papel fundamental para multiplicar los ingresos de los laboratorios, “detectando cierto número de síntomas anodinos y presentarlos como componentes de una enfermedad…”, con los que se han organizado campañas de comunicación, a fin de dar a la nueva enfermedad un estatus y un reconocimiento respetable dentro del sistema.
El modo de vida americano, ese sueño tan vendido y poco degustado, enseña que no solo la industria de la guerra, en el que se incluye la de la masiva difuminación de armas entre toda la población, constituye el gran negocio en EE.UU., porque lo de las medicinas es todo un boom que ya dura lustros y en los que están envueltos numerosos políticos norteamericanos, gracias a los lobbys permitidos en la sede legislativa.
Así, políticos de alto nivel reciben grandes sumas por permitir o patrocinar firmas farmacéuticas como reveló el documentalista Michael Moore, en un documental al respecto, en el que menciona la hoy candidata presidencial Hillary Clinton.
Pero todo ello se ve como algo “normal”, que no merece ser investigado en Estados Unidos, aunque en Europa parece que no será sí, al parecer, claro.
El Observatorio de las Corporaciones en Europa ha declarado que empresas y asociaciones farmacéuticas han gastado en lobby 40 millones de euros en los últimos meses, 15 veces más que lo que pueden hacer en ese aspecto las organizaciones de la sociedad civil y los grupos de consumidores que trabajan por la salud pública o para promover el acceso a los medicamentos.
Sin embargo, esta es una cifra que pudiera resultar baja en relación a la realidad, como demuestran que las ocho principales asociaciones farmacéuticas del llamado viejo continente admiten un incremento de sus ganancias siete veces mayor.
Y, regresando a lo antes mencionado, si vivimos en el reino del marketing –donde algunos escritores ya se valen de agencias de publicidad para hacerse famosos y los políticos invierten más recursos en el manejo de medios que en superar su analfabetismo funcional–, ¿no convendrá que los poderes públicos controlaran la información que los laboratorios proporcionan?
Así se evitarían efectos secundarios que resultan ocasionalmente más peligrosos que las afecciones que se combaten, Algunos autores ya han propuesto empezar a combatir la obesidad en las sociedades de consumo, prohibiendo la venta de comida chatarra dentro y fuera de las escuelas y ofreciendo a los niños frutas o vegetales.
Esto es un consejo para todos, algo inimaginable que pueda ocurrir en ese mundo de la explotación y las grandes ganancias para las corporaciones farmacéuticas, donde la salud no cuenta para nada.

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