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Evo, la excepción

24 de octubre de 2018

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Brasil, el bien llamado gigante suramericano, por su población y extensión, está a punto de entrar en una era fascista, con la posibilidad de que la ultraderecha imponga a su candidato, Jair Bolsonaro, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del próximo domingo 28.

Hace unos pocos días tratamos este tema, pero aquí existe la peculiaridad de que sigue funcionado el plan imperialista de imponer sus candidatos de forma “democrática” y sacando fuera de juego a gobiernos progresistas que les son adversos a Washington.

El caso de Brasil es algo diferente, porque en el poder está otro peón del Imperio, Michel Temer, quien, desde su cargo de vicepresidente, se prestó traidoramente al golpe de Estado “blando” contra la presidenta Dilma Rousseff  y encerró en prisión al único individuo que tenía las posibilidades de triunfar abiertamente en los comicios, Luiz Inácio Lula da Silva.

De una manera u otra, todo le ha funcionado a Estados Unidos, quien se lanza con sus garras sobre América Latina, luego de haber sido derrotado por Rusia en Siria, limitándose ahora allí a destruir  todo lo que  encuentre en pie en ese y otros países árabes de la zona.

Si por fin Bolsonaro llega  a la presidencia brasileña, se abrirá otro frente hostil contra Venezuela, cuya Revolución Bolivariana la mantiene insumisa al Imperio, que ya tiene abiertas opciones de agresión desde Guyana y Colombia.

Pero más al sur, a pesar de los malos augurios de no haber podido conseguir una salida al mar –que no analizamos ahora–, se encuentra Bolivia y al frente su presidente, el primer indio en dirigir una nación, Evo Morales, quien, sin dudas, y para repetir una merecida frase, es un caso emblemático.

El mandatario boliviano siempre se ha mantenido reacio a introducir prácticas capitalistas en su gobierno y es un abierto defensor del socialismo, que lo aplica de acuerdo a las propias especifidades de su país, lo cual le está dando un éxito notable en al aumento de la calidad de vida de la población.

 

Recuento necesario

A finales del 2005, Evo Morales ganó las elecciones presidenciales con la promesa de reformar la Constitución, garantizar los derechos de los indígenas y luchar contra la pobreza y el neoliberalismo.

El 3 de enero del 2006, dos días después de su juramento, el nuevo presidente recibió al embajador estadounidense, David N. Greenlee, quien le explicó la visión que la Casa Blanca tenía del futuro de Bolivia. La asistencia multilateral a Bolivia, según el embajador, dependía del “buen comportamiento” del gobierno de Morales.

El diplomático subrayó  la importancia crucial de las contribuciones de EE.UU. a las instituciones financieras internacional claves como el Banco de Desarrollo Internacional (BID), el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), de los que dependía la supervivencia de Bolivia. “Cuando piense en el BID debería pensar en EE.UU.”, dijo. “Esto no es un chantaje, es la simple realidad”, recalcó.

Sin embargo, Evo mantuvo sus promesas electorales en materia de regulación de los mercados laborales, la nacionalización de los hidrocarburos y la cooperación con Hugo Chávez.

En respuesta a estas acciones, Greenlee sugirió un “menú de opciones” para tratar de obligar a Bolivia a doblegarse a la voluntad del gobierno norteamericano. Algunas de estas medidas eran: vetar todos los préstamos multilaterales en dólares, posponer el plan de alivio de la deuda multilateral, desalentar la financiación de la Corporación del Desafío del Milenio (que pretende acabar con la pobreza extrema) y cortar el “apoyo material” a las fuerzas de seguridad bolivianas.

 

Banderillas al enemigo

Pocas semanas después de asumir el cargo, Evo anunció la revocación del contrato de préstamo con el FMI. Años más tarde, aconsejó a Grecia y otros países europeos endeudados a seguir el ejemplo de Bolivia y “liberarse económicamente del dictado del Fondo Monetario Internacional”. El Departamento de Estado norteamericano reaccionó, financiando a la oposición boliviana. Las fuerzas políticas opositoras de la región de la Media Luna comenzaron a recibir más ayuda. Según un correo datado en abril del 2007, la Cancillería de EE.UU. consideraba que la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) “debe fortalecer a los gobiernos regionales como contrapeso al gobierno central”.

El informe del 2007 de la USAID menciona unas 101 subvenciones por un total de 4 066 131 dólares “para ayudar a los gobiernos departamentales a operar más estratégicamente”. El dinero de la Casa Blanca también fue destinado a los grupos indígenas locales que estaban “en contra de la visión de Evo de las comunidades indígenas”. Un año más tarde, los departamentos de la Media Luna estaban en abierta rebelión contra el gobierno y llamaban a un referéndum sobre la autonomía en el trasfondo de las protestas violentas que acabaron con la vida de al menos 20 partidarios del gobierno.

Este intento de golpe de Estado fracasó bajo la presión del conjunto de presidentes de América del Sur, que emitieron una declaración conjunta de apoyo al gobierno constitucional de Bolivia. EE.UU. siguió manteniendo comunicación constante con los líderes del movimiento separatista de la oposición.

Según Alexander Main y Dan Beeton, contrariamente a su postura oficial durante los acontecimientos de agosto y septiembre del 2008, el Departamento norteamericano de Estado tomó en serio la posibilidad de un golpe de Estado en Bolivia o del asesinato del presidente Evo Morales. “El Comité de Acción de Emergencia, junto [al Comando Sur de EE.UU., desarrolla un plan de respuesta inmediata en caso de una emergencia repentina, como un intento de golpe de Estado o la muerte del presidente Morales”, dice el correo de la Embajada de EE.UU. en La Paz.

Han pasado diez años y el gobierno de Evo Morales se mantiene cada vez más fuerte, siempre electo democráticamente, eludiendo complot tras complot, sin que este esfuerzo desviara su atención en la construcción de una vida mejor para el boliviano y en el mantenimiento de una postura solidaria con los gobiernos progresistas y los pueblos que están siendo víctimas de agresiones.

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