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Estado fallido y algo más

2 de marzo de 2020

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Escribir sobre Libia puede hasta resultar repetitivo. Más de lo mismo luego que, por obra y gracia de Estados Unidos y la OTAN, fuese convertido, de la noche a la mañana, en lo que aún es, un Estado fallido donde dos facciones se enfrentan por una cuota de poder, mientras el verdadero enemigo aplaude, a miles de kilómetros de distancia, en Washington.

En fecha que ya parece lejana, del 29 de octubre del 2011, un hecho cruel, al estilo del fascismo, acabó con la vida de quien presidía los destinos de Libia, Muamar el Gadafi.

Con su asesinato por fuerzas norteamericanas y de la Alianza Atlántica, lejos de resolverse los conflictos tribales y étnicos existentes, afloró una verdadera polarización, exacerbada por la presencia de transnacionales petroleras occidentales, que, como aves de rapiña, empezaron apoderarse del petróleo libio.

La calificación de Estado fallido se comenzó a extender en el poder mediático internacional, y hoy es una constante en los medios al referirse a esa nación norafricana.

El desencadenamiento de la violencia y la fragmentación del país han llegado a nuestros días con la existencia de dos grupos enfrentados en busca del dominio total de la nación que fue y ya no es.

Por una parte está el Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN) dirigido por Fayez al-Sarraj, que controla Trípoli, la capital y es reconocido por Naciones Unidas.

El otro grupo es el Ejército Nacional Libio (ENL), encabezado por el mariscal de campo Jalifa Haftar, con sede al este del país, en Tobruk.

Al respecto, el analista Pablo Jofré Leal, afirmó a HispanTV que «no habrá posibilidad de paz en Libia mientras no cese la intervención, principalmente la norteamericana y de Europa, y mientras que no cese el apoyo con armas a la guerra».

Recordemos que Libia posee una reserva de petróleo superior a los 41,5 miles de millones de barriles y, de acuerdo a su nivel de producción, equivale a unos 63 años de garantía del crudo.

No obstante, la guerra y el bloqueo a sus principales terminales petroleras, ha derrumbado su producción de unos 1,2 millones de barriles al día que llegó a producir al comienzo de los enfrentamientos,  a solo 120 000 barriles por jornada, que extrae este día final de febrero.

El impacto es considerable para una nación necesitada de recursos, sumida en la desestabilización y que la víspera cifró las pérdidas en más de 1,800 millones de dólares en un mes.

Según AP, Libia ha perdido, solo en los últimos 10 días, unos 502 millones de dólares por la caída de su producción petrolera.

Lo peor en los pronósticos actuales es que, de continuar la guerra y la exacerbación foránea del conflicto, la nación continuará sumida en un caos, sin que se aproxime a una paz estable.

El último intento para ello fue la Conferencia de paz para Libia, celebrada recientemente en Múnich, Alemania, con el objetivo de implementar un alto al fuego, pero días después, el propio enviado especial de la ONU para ese país, Stephanie Williams, alertó que lejos de resolverse, la «situación ha empeorado aún más».

En resumen, Libia sigue siendo un Estado fallido y va rumbo a un caos total donde la guerra, la injerencia foránea y el saqueo de sus recursos petroleros, la encaminan hacia un verdadero y dramático precipicio.

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