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Esperanzas frustradas

16 de febrero de 2018

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Volvieron las balas asesinas en Estados Unidos a interrumpir la lógica paz que debe caracterizar una escuela donde se forman niños y jóvenes.

Esta vez fue en la Florida y el arma un fusil AR-15, de los más modernos salidos de la industria bélica de ese país, comprado por un joven que quiso mitigar su sed de venganza, disparando contra aquellos muchachos que fueron sus compañeros de escuela y que ahora veía caer ensangrentados cuando eran alcanzados por las balas del diabólico fusil que él se empeñaba en seguir apretando su gatillo.

Niños y jóvenes, vidas llenas de esperanza que aun no pueden metabolizar el porqué ocurren estos hechos en un país que da más valía a la libre venta de armamentos que al luto del familiar que pierde un hijo.

Diecisiete menores que dejan sus pupitres vacíos y el alma de sus padres, vacía también.

Se trata de la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas. Y el autor de la balacera fue el ex alumno del centro, Nikolas Cruz, de 19 años de edad.

Cruz utilizó un fusil de asalto AR-15 que puede adquirirse prácticamente en cualquiera de las principales tiendas que se dedican a la venta de armas de fuego sin mayores restricciones.

Ante el hecho, que no por repetido deja de ser impactante, el presidente Donald Trump se limitó a tildar de desequilibrado al autor y a ofrecer condolencias a los familiares. Pero, ni una sola palabra del mandatario para al menos criticar el libertinaje a causa de una enmienda constitucional que favorece el hecho de que hoy haya más armas en manos de la población estadounidense que el número de habitantes existentes en el país.

Tampoco los grandes medios de prensa se han referido o han abogado por una medida que prohíba o limite la adquisición de armas por cualquier persona, más bien recrearon sus informaciones o crónicas con el nivel de miedo expresado por alumnos que llamaban a sus padres desde el escaparate donde se escondían o debajo de las mesas donde momentos antes escribían la clase que impartía el profesor.

Poco he leído sobre el tema en cuestión que pase de la repetición morbosa de quienes mueren literalmente ultimados por algún compañero de escuela, y se vaya al fondo del problema, a ese que está llevando a la sociedad estadounidense a un clima de enajenación tal que la vida de cualquier ciudadano, sea niño o adolescente, estudiante o deportista, este en el aula, en una sala de cine o en un baile, penda de un gatillo apretado, ya sea por un simple capricho de un marginado o por la sed ciega de venganza o frustración.

La acción de ahora en la escuela primaria de la Florida es considerada la más letal luego de la ocurrida en el centro escolar Sandy Hook, en Newtown, estado de Connecticut, el 14 de diciembre del 2012, donde resultaron muertos 20 niños y seis profesores.

Recuerdo que el entonces presidente Barack Obama prometió públicamente adoptar medidas más severas sobre el control de armas, pero, como ocurre siempre en Estados Unidos, los grupos de presión de la Asociación Nacional del Rifle y los elementos más conservadores del Partido Republicano, obstaculizaron toda iniciativa al respecto.

Así fue antes y así es ahora. Los favorecidos por los millonarios ingresos que reciben por la producción y venta de armas de todo tipo, están por encima de cualquier posible ley que limite sus ganancias.

No importa que quienes mueran en esa locura que afecta a toda la sociedad de Estados Unidos sean niños o jóvenes, y que cada uno de los que fallecen alcanzados por esas balas constituyan la esperanza frustrada para familiares y amigos y para la sociedad misma.

Si enfermo pudiera estar el joven que ahora enlutó la escuela primaria en la Florida, enferma esta la sociedad estadounidense toda víctima de un sistema en estado crítico, sostenido por ese dios dinero, venga de donde venga.

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