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Escabrosa montaña

27 de junio de 2022

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Desde el bloqueo norteamericano a Cuba hasta la situación alrededor de la actual operación militar especial rusa en Ucrania, no creo que haya un tema más difícil de resolver que el diferendo agravado por Israel contra el pueblo palestino.
Nada es tan visiblemente injusto en este mundo como el maltrato a los palestinos, incluso cuando pulula tanta inhumanidad en medio de la lucha para evitar la unipolaridad que trata de imponer Estados Unidos, una fuerza que se dice en decadencia, pero que hay que vigilar atentamente por zarpazos que pueden poner fin a la vida humana, tal como la conocemos.
Ahora se habla de crisis en el gobierno de Israel, debido a contradicciones entre malos y peores que han llevado a la convocatoria de nuevas elecciones, pero no importa la facción que salga airosa, porque todas están empeñadas en expulsar o hacer desaparecer al pueblo palestino de las tierras que les pertenece.
No importan las resoluciones de Naciones Unidas ni los señalamientos de sus aliados –“guardando la forma”- para que sea más sutil en la represión: Israel sigue reprimiendo y ocupando más tierras en Cisjordania, asesina a quienes se oponen y busca o inventa cualquier excusa para bombardear a la hacinada población de Gaza.
Muertes y más muertes de palestinos es algo cotidiano que apenas preocupa a la prensa de Occidente no obstante la acción genocida de Israel, amparada por Estados Unidos.
Israel esta ansioso de reeditar aquella acción de hace 20 años, cuando lanzó su ejército de tierra y aire contra Cisjordania y principalmente Gaza, utilizando hasta 175 tanques y asesinando a miles de civiles.
Menos abundantes, aunque también dañinas para la población civil, fueron las respuestas suicidas de jóvenes palestinos desesperados, porque la violencia engendra violencia.

 

CONTRADICCIONES

 
Independientemente de cualquier plan norteamericano para complacer a los sionstade, las posiciones de ambas partes se contradicen entre sí.
Los palestinos quieren que Israel les permita instaurar un Estado independiente y autónomo, garantías para poder desarrollarse económicamente, que salgan las fuerzas militares israelíes de los territorios ocupados en 1967, se desmantelen los asentamientos judíos, quede bajo su jurisdicción la zona Este de Jerusalén (un barrio musulmán) y regresen los refugiados que se encuentran en otros países árabes, especialmente en Jordania y El Líbano.
A su vez, Israel pide el cese de los atentados terroristas contra la población civil, el reconocimiento del Estado de Israel, se acepten los asesnbtamnentos judíos en los territorios ocupados, que no insistan en el retorno de los refugiados y permitan al Estado israelí cierto control sobre los territorios palestinos para asegurar sus fronteras.
Estados Unidos ha presentado diversos planes de paz, los cuales satisfacen a la voracidad del gobierno israelí de turno. Más que un programa justo para que ambas partes lleguen a un acuerdo, generalmente a la que se le exige dar más es la que menos tiene: la palestina.
Todavía hay ilusos que opinan que las ideas pragmáticas deben predominar en la región, y específicamente en el diferendo israelí-palestino.
El Estado sionista es virtualmente una base militar de Estados unidos, y está muy vinculada con su ecónoma militarizada y de alta tecnología.
Dentro de esta armazón es lógico que EE.UU. sostenga la represión contra los palestinos y la ocupación israelí, aunque cada gobierno estadounidense actúa de diversas formas, según las circunstancias.
Jueces sionistas como Aarón Barak admiten que “en ciertos casos, violar los derechos humanos es obligatorio”: murallas eléctricas, expulsión de la Franja de Gaza de los parientes de presuntos terroristas, demolición de viviendas con excavadoras.
A todo ello se agrega la línea de falsedad y engaño que ha seguido caracterizando los planteamientos norteamericanos hacia la región, donde aún las fuerzas progresistas buscan un respiro para intentar trepar la escabrosa montaña de sus derechos legítimos.

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