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Entre masacre y masacre

31 de agosto de 2020

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Colombia es una nación con tantas cosas admirables, desde los diamantes hasta las flores, el exquisito café y el gusto por la literatura, de tal forma que se dice corrientemente que los niños nacen en Bogotá con un libro debajo del brazo.
Sin embargo, la realidad para la mayoría, quienes son lo que menos tienen, es muy dura, porque lo admirable está vetado poraquellos que detentan las riquezas de la nación, subordinados a intereses extranjeros y, sobre todo, a todo lo que huela a imperialismo norteamericano.
No son palabrerías, porque las historias de las más recientes décadas muestran que gobierno tras gobierno, en medio de turbulencias y una guerra civil de más de 50 años, siempre, sin excepciones, ha jugado la carta “americana”.
En este contexto, y siguiendo la pauta de su mentor Álvaro Uribe, creador de falsos positivos (asesinar a inocentes y presentarlos como subversivos), el actual mandatario Iván Duque ha dado carta abierta y hecho reclutar a mercenarios que integran un paramilitarismo protegido por las fuerzas armadas, autores de la intensificación de las masacres de civiles en amplias regiones del país.
Se dice que desde que llegó al poder suman cerca de cien las masacres, ocho en apenas una semana, con más de 600 muertes de campesinos que mantenían cultivo silícitos en espera que el Estado subvencionara el cambio a otros, como había sido acordado en el acuerdo de paz firmado en La Habana entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -Ejército del Pueblo (devenido en partido político) y el anterior gobierno de Juan Manuel Santos.
En medio de todas estas masacres y asolada la nación por la mal atendida pandemia del nuevo coronavirus, Duque ha aceptado un nuevo Plan Colombia con Estados Unidos, siempre con igual pretexto de combatir el narcotráfico, pero que incluye la demanda de empresas estadounidenses de una mayor seguridad jurídica, el cumplimiento de una ley de patentes que impida cualquier decisión soberana (especialmente en medicamentos) y la generación de mayores desregulaciones laborales.
Estas medidas fueron anunciadas por Duque en su campaña y se suman a la restauración plena de la política punitiva de la “guerra contra las drogas” adelantada por EE.UU., que contradice las premisas del acuerdo de La Habana, y se constituye en una de las principales amenazas para “hacer trizas” las aspiraciones de paz en los territorios.
Pero, realmente, esa paz nunca ha llegado y, por el contrario, más de 300 ex combatientes han sido asesinados metódicamente, junto a centenares de líderes y activistas sindicales, campesinos e indígenas, mientras, entre masacre y masacre, se lucra con el dinero del pueblo y los desposeídos y hambrientos ven aumentadas sus filas.

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