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Entre dos aguas

14 de diciembre de 2015

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Cuando el presidente de Perú, Ollanta Humala, ocupó la presidencia pro tempore de la Alianza del Pacífico, aseguró que el desafío de ese bloque era fortalecer la educación para romper “la caracterización de América Latina como una región exportadora de materias primas”, y expresó su preocupación por lo que podía pasarle a Venezuela: “Si le va mal a Venezuela, le irá mal a Suramérica”.
Si recordamos como Humala llegó a ser electo por los peruanos –que por ley están obligados a votar–, pudiera apreciarse que uno de los motivos fue el castigo a sus adversarios, todos calificados de corruptos.
Además, Humala esgrimió inicialmente postulados izquierdistas, pero que fluyeron más al centro, con el fin llegar al poder, y luego coqueteó con la derecha Vargas Llosa, incluido), como se expresa hoy en el elogio a la Alianza y el fortalecimiento de la libre empresa, al tiempo que propugna una ley, llamada de “Servicio Civil”, que recorta derechos a los trabajadores, como la negociación colectiva, y sujeta los salarios a partidas presupuestarias del Ministerio de Economía.
En dicha ley se prohíbe el derecho a la huelga, ya que queda encuadrada dentro del marco de “servicio esencial”, en la que el paro es sancionado directamente con despidos, como también lo serían si los empresarios consideran que no tiene la evaluación suficiente.
Frente a esto, desde el año pasado, se han hecho grandes movilizaciones por las centrales sindicales que apoyaron la candidatura de Humala en el 2011.
La prometida ley del trabajo ya no está en la agenda presidencial, y sí la que permite la persecución y detención de los trabajadores y sobretodo de los representantes sindicales.
El sueldo mínimo esta congelado desde hace años, y solo se aumentaron los de funcionarios y parlamentarios, mientras se han aprobado legislaciones que solo benefician a multinacionales y patronales
Y si bien el país tiene un auge económico, esto no se refleja en los trabajadores, sino que agranda la brecha de la desigualdad, por lo cual organizaciones calificadas de progresistas intentan formar un frente para las elecciones presidenciales del venidero año.
A ello se agrega el descontento de los pueblos originarios por la entrega de sus tierras ancestrales a multinacionales para la explotación minera, así como al creciente desempeño y poder de la mafia, tal como la prensa local se ha hecho eco, al señalar que implicados en la denominada “Red Orellana” han sido liberados pocas horas después de su captura, porque los jueces dijeron no encontrar “evidencias de delito”.
La debilidad oficial al respecto, sin embargo, propició que los medios informativos controlados mayoritariamente por la derecha, intensificasen la ofensiva casi letal contra Nadine Heredia, la esposa del Presidente, por acciones que han derivado en un escándalo sin precedentes y ha puesto en el escenario la eventualidad de una “vacancia presidencial”.
De por medio han estado otras cosas: el ex magistrado Robinson González –de reconocida filiación aprista– también fue liberado sin que se hayan esclarecido las serias denuncias que se plantearon en relación a sus funciones; el congresista Yonhy Lezcano fue proclamado –por la filial en Puno del Partido Acción Popular–“candidato presidencial” para los comicios del 2016, en tanto que promovía la creación de una “comisión parlamentaria” que investigara a la Primera Dama. La ofensiva mediática contra Martín Belaunde lo ha situado como un “presunto delincuente” más peligroso aún que Gerald Oropeza, antiguo funcionario del PAP.
En el telón de fondo, los procesos contra el ex presidente Àlan García, acusado de corrupción, han dormido el “sueño de los justos” y Alberto Fujimori, otro ex presidente preso por corrupción y asesinato, vuelve a tomar fuerza y hace declaraciones a troche y moche por teléfono.
En fin, este es un completo panorama de un Perú que desarrolla su economía y fortalece su clase media, pero donde es cada vez más grave la desigualdad social.
Un Perú que tiene a un mandatario elogiado por sus socios de la Alianza del Pacífico y una derecha local que ama el neoliberalismo, mientras es rechazado por una izquierda que creyó en sus promesas, hoy incumplidas.

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